Si nos atenemos a una ovación, los opositores ya la tienen ganada
■ Los panistas brillan por su ausencia en el debate por el petróleo
Nacionalismo deviene mito durante el foro senatorial
■ Arturo Cano
Ampliar la imagen Rubén Camarillo y Francisco Labastida, secretario y presidente de la Comisión de Energía de la Cámara de Senadores, respectivamente, en la segunda mesa de debate sobre la reforma petrolera Foto: José Carlo González
Ampliar la imagen El diputado por Convergencia Alejandro Chanona, durante su participacipón en el foro Foto: José Carlo González
La “mitología nacionalista” no debe ser lo único que anda fuera de tiempo, y de lugar, en este día del Senado. Es decir, entre antier martes y este jueves hubo en los lugares de honor 28 hombres y sólo dos mujeres. El comienzo apenas. Los panistas, principales interesados en sacar adelante las iniciativas de reformas del presidente Felipe Calderón, brillan por su ausencia entre el público. Tampoco hay muchos priístas.
Y no es todo. Uno de los más celebrados escritores del país, Héctor Aguilar Camín, le saca un espejo a Porfirio Muñoz Ledo, uno de los más celebrados políticos. “Soy espejo y me reflejo”, quizá quiere decir. O no, le hace ver a Muñoz Ledo que él nunca estuvo en el gobierno y por tanto no es responsable de ningún desastre.
Un momento de esparcimiento en un debate que no despierta emociones sino en contados momentos. Uno extraño sucede cuando el público –la mayoría asesores, invitados, cercanos al Frente Amplio Progresista, porque priístas y panistas hay poquísimos– se alza en un aplauso continuado, el más largo y sonoro en lo que va de los debates, para celebrar el texto de Javier Jiménez Espriú.
El ex vicepresidente de los Pumas obtiene lo que no logran la improvisada agudeza de Porfirio Muñoz Ledo, la celebrada pluma de Héctor Aguilar Camín (Francisco Labastida dixit), ni la propuesta “alternativa” que corre a cargo de Claudia Sheinbaum.
El aplauso largo, de pie una parte del respetable público en el patio del Senado, es para el ingeniero Javier Jiménez Espriú, ex director comercial de Petróleos Mexicanos, quien, nomás para arrancarse, pone las cosas así: “La propuesta de reforma (del presidente Felipe Calderón) es insuficiente en el análisis económico, discutible desde el punto de vista técnico, inconsistente en el aspecto legal, ignorante de contenido histórico y ayuna de sensibilidad política”.
Y se alzan a aplaudir a Jiménez Espriú, miembro del equipo de Jorge Carpizo, ingeniero ligado a la poderosa ICA, según recuerda alguien aquí, los integrantes del bando contrario a la iniciativa presidencial.
No es lo único fuera de lugar en el debate que define el futuro de un país enfermo de su “mitología nacionalista”, como define Aguilar Camín. Es el debate, según sentencia un senador panista, del “consejo de ancianos”, de los “más conspicuos” de la República.
Los enemigos de la reforma calderonista la tienen ganada, si nos atenemos a la ovación en el patio senatorial.
Jiménez Espriú se lanza con las frases que lo sacarán en hombros: la propuesta “es insuficiente en el análisis económico, discutible desde el punto de vista técnico, inconsistente en el aspecto legal, ignorante de contenido histórico y ayuna de sensibilidad política”.
Y más: “Se ha partido de la decisión de abrir Pemex al sector privado y luego se han acomodado premisas, argumentos, datos y diagnóstico, en ese orden, para sustentar la solución decidida de antemano.”
Se concentra Jiménez Espriú, en tanto ingeniero, en la pobreza de la investigación y el desarrollo de tecnologías. Refiere, para ilustrar el colmo, que el Instituto Mexicano del Petróleo cuenta con un presupuesto de 900 millones de pesos (la mitad de recursos propios), cuando Pemex entrega al fisco 700 mil millones. “¡No se requieren comentarios!”, dice, para llevarse la tarde.
Un problema casi siquiátrico: Aguilar Camín
Los bolígrafos y los micrófonos se colocan en posición de ataque, sin embargo, y como es de esperarse, en el turno de Héctor Aguilar Camín, orador de apertura anticlimática: “Como la mayoría de los ciento diez millones de mexicanos que son dueños nominales del petróleo, no sé lo que sucede en Pemex.”
Tengo treinta años y no conozco el PRI, escribió Aguilar Camín en 1976, si la memoria no falla. Se ha develado el misterio tricolor pero no el petrolero.
Se refiere el escritor, claro, al oscuro manejo de las decisiones y los dineros de la paraestatal. Y provoca: “La mitología nacionalista nos impide hablar del petróleo y de Pemex como lo que son: una materia prima y una empresa… emblemas de nuestra nacionalidad imaginaria.”
Claudia Sheinbaum le responde Perogrullo en mano: “Pemex no es cualquier empresa, el petróleo no es cualquier producto”. Y para ilustrar refiere el dato de los 100 mil millones de dólares al año que genera la paraestatal, contra los 45 mil millones que constituyen la fortuna del hombre más rico de México. Y cita de nuevo a Jesús Reyes Heroles, padre del actual director de Pemex, para decir con él que las empresas extranjeras del crudo han sido el mayor peligro para la nación, pues incluso llegaron a sugerir una invasión estadunidense.
Aguilar Camín, en su turno, concede: no es cualquier empresa, no es cualquier producto. Sólo para luego decir que construimos una “mitología nacionalista de tal tamaño que hasta nos impide pensar libremente”.
¿La Constitución es un problema? Ha sido reformada 476 veces, dice Aguilar. Y explica por qué los candados a la inversión privada no fueron colocados en 1917 ni en 1938, sino hasta 1960: “Se les estaba acabando la Revolución mexicana, y quieren darle una vuelta de tuerca y se la dan… van más allá que el mismísimo general Cárdenas.”
De modo que ahí comenzó todo. Y eso es lo que tiene a 60 por ciento de los mexicanos, según Porfirio Muñoz Ledo, en contra de la privatización.
Asunto inexplicable, si los hay, pues como dice Aguilar Camín: en relación con el petróleo tenemos “un problema casi siquiátrico”.
¿Marchas y tomas de tribuna? No. Soberanía ya, divanes para todos.
La propuesta alternativa
Claudia Sheinbaum resume la propuesta delineada en el Zócalo el 18 de marzo, en nombre del “gobierno legítimo”. Quizá lo nuevo es el énfasis que pone en la propuesta de un comité anticorrupción. No molestan sus conceptos ni sus cifras, sino su presencia y su apertura: su dardo contra el presidente “usurpador”.
Le contesta, la reconviene un senador del PAN que es contratista de Pemex. La defienden sus correligionarios del FAP.
Ella dibuja las “cinco líneas estratégicas” que no requieren “grandes reformas jurídicas” sino “voluntad política y visión de soberanía”: Pemex como motor de la economía nacional (unir lo partido en varias divisiones, entre otras cosas), un nuevo sistema de precios que no dependa del mercado estadunidense, liberar a Pemex de su carga fiscal y fortalecer el desarrollo tecnológico, además del ya citado combate a la corrupción.
Del otro lado de la acera, el economista Luis Rubio coincide: Pemex se ha manejado con criterios partidistas y una “infinita tolerancia a la corrupción”. También, a su modo, se empata con quienes consideran que la constitucionalidad de la reforma es un enredo inexistente: “El tema no es quién se apropia de la renta petrolera, sino cómo se emplea de tal suerte que sirva decisivamente al desarrollo del país”.
Javier Beristáin, del ITAM, desmenuza el concepto de renta petrolera sin que nadie le haga mucho caso.
Porfirio Muñoz Ledo improvisa y diserta sobre El petróleo y yo. Los diputados y senadores preguntan sin mayor fortuna. Se anuncia la siguiente ronda del debate nacional para el próximo martes. En otro foro, Ricardo Monreal agrega la expresión “santanismo petrolero” a la del panista Germán Martínez, quien el martes hablara de los “pontífices del petróleo”, en un tono que antes sólo empleó para referirse a la ultra de su partido: los “meones de agua bendita”.
Competencia de frases. Apenas en el segundo round, con un tercio del público respecto del primer combate. A este paso, los ponentes hablarán sólo frente a senadores y diputados. Entonces sí, los próceres de la patria deberán atenderse, porque estarán frente a un “problema casi siquiátrico”.