¡Buh, Pirenne!
Enviado de la revista Momento por Maria del Pilar Paleta
Estimado lector, es de suponer que el título de este texto te ha provocado terror pues era tal la intención, aunque de acuerdo a tu experiencia aceptarás o no el mensaje.
Sucede que a toda la población se le dijo: “Es PELIGROSO”, “CUIDADO”, el mensaje fue comunicado en lengua alemana, y quedando alertados todos los habitantes e infundidos de miedo, debían alejarse del sujeto en cuestión, algunos para no resultar sospechosos de ser como él, otros por rechazo abierto a lo que no fuera fascista. ¿De quién y a qué se hace referencia?
Henri Pirenne fue el sujeto acusado de “peligroso”, pero portaba como únicas “armas” sus ideas, su cultura, sus sueños, una trayectoria de trabajo, todo derivado de una vida entregada al estudio de la Historia. Para entonces, ya era uno de los hombres más reconocidos en su país y fuera de él, alboreaba el siglo XX.
Nació en Verviers, Bélgica en 1862 y tendría una larga vida aunque difícil pues como muchos hombres aprendió en carne propia lo que significa una guerra, la cruenta Primera Guerra Mundial y el tormentoso periodo de entreguerras.
Pirenne fue historiador, se doctoró en la Universidad de Lieja (1883), ejerció como catedrático en las universidades de Leipzig y Berlín en Alemania y en la Escuela de Altos Estudios de Paris. Había enseñado desde 1885 tanto Paleografía como Diplomática en Lieja, especialista en historia medieval.
Pertenecía a una importante familia de industriales y poseía una cultura refinada, no obstante, sufrió como la mayoría de los habitantes de Europa, los estragos de un mundo convulsionado porque las grandes potencias peleaban por dominar los mercados, colonizar territorios y pueblos de América, África y Asia, e incluso de la misma Europa oriental. Lógicamente, llegaron a un punto de confrontación que solo resolvieron por medio de la guerra, lo que al fin no fue un mal negocio.
La familia Pirenne sufrió la pérdida del joven Pedro en 1914 (19 años), hijo de Henri dejándole un mayor dolor. Luego, el historiador se vería más afectado. No era judío, no era comunista, no era gitano, ni ruso, ni correspondía a alguna de las “razones” que los nazis argumentaban para condenar a hombres y mujeres de todas edades, a diestra y siniestra; y con todo y prestigio, las autoridades nazis decidieron tomarlo prisionero (marzo de 1916) y enviarlo al campo de Crefeld, Alemania, sin lograr intimidar a los universitarios.
El delito consistió en participar en la suspensión de actividades de la Universidad de Gante para protestar por la presencia del ejército alemán en su país. Invadida Bélgica, el gobierno alemán pretendió hacer que las universidades siguieran funcionando “normalmente”. Los maestros, por elemental dignidad, decidieron exigir la salida de los invasores y el respeto a la libertad de su nación, ideas que han sido principios elementales para muchos hombres y lo fueron para aquellos profesores.
Al ser Bélgica ocupada, y negarse los catedráticos a regresar a sus labores, estos fueron arrestados en sus domicilios. No se doblegaron y en el caso de Pirenne, fue trasladado al campo de concentración de Holzminden - mayo de 1916- que entonces hacinaba de ocho a 10 mil pobladores en sólo 4 hectáreas con 84 barracas de madera. Los habitantes de este campo de concentración lucharon por mantener en alto su esperanza de vida pues a dos años de encierro, algunos presos tenían una salud muy deteriorada, especialmente en términos psicológicos.
La adversidad no los derrotó. Fundaron su universidad en una barraca, en otra una enfermería, en una más la escuela para niños e incluso un centro de ayuda. Mientras Pirenne aprendía ruso, ofreció dos cursos: Historia económica a 200 o 300 estudiantes rusos cautivos y una Historia de Bélgica abarrotada de “estudiantes”. El Kommandateur suspendió el curso por unos 15 días, y tras presionarlo, autorizaron al maestro seguir sus pláticas, con la exigencia de entregar un informe (sumario) de cada sesión y bajo la vigilancia de soldados de habla francesa.
La Academia de Ciencias de Ámsterdam con una labor muy intensa exigió al gobierno alemán la liberación de los maestros y profesionistas, en el caso de Pirenne cedieron y le ofrecieron trabajo en una universidad alemana que por supuesto no aceptó, finalmente lo llevaron a Jena en calidad de prisionero, pero gozó de cierta libertad y coincide ahí con su amigo Paul Fredericq, quien había sido su mentor. La presión internacional continuó, intervinieron profesores norteamericanos, el presidente norteamericano Wilson, el Rey Alfonso XIII, el papa y sus compañeros y discípulos libres.
Con supuesta clemencia, el gobierno alemán le ofreció una cátedra, él no quiso abandonar el campo de Holzminden pero igual lo mandaron a Creusburgo, Turingia. Tuvo mayor libertad, pudo pasear por las calles del pueblo luego de seguir estrictamente una rutina que le fue autorizada. Pero los dos mil habitantes fueron advertidos de tener como residente a un sujeto “muy peligroso”. Por la tarde tenía que entrevistarse con el burgomaestre del pueblo y dejar que revisara su correspondencia. Pirenne narró que con la plática sostenida todas las tardes con esa autoridad local, había logrado entender un aspecto de la cultura alemana de entonces: ese afán de grandeza tan acendrado en ellos, su pretensión de ser un pueblo único, valores tan arraigados sobre todo en la ignorante clase social que se arrogaba calidad de aristócrata.
Autor de numerosos libros mostró que las invasiones germánicas al Imperio Romano fueron en realidad una serie de procesos de migración e integración, los pueblos germanos por lo general no pretendieron disolver al orbis romano y en cambio sí buscaron integrarse a él.
Con gran cuidado analizó el significado histórico del mar Mediterráneo como corazón del mundo antiguo: era el eje de articulación del comercio, del intercambio cultural y de la expansión territorial que unía a Europa, Asia y África. Un corazón dominado primero por las ciudades griegas, luego por Roma y en tiempos renacentistas, por las ciudades-estado italianas.
Pirenne sostuvo la tesis de que fue con la llegada del Islam (Siglo VII) como realmente se desarticuló el antiguo Imperio y se inició la Edad Media. Europa se tuvo que volver hacia sí misma, pues los islámicos sí buscaban dominarla y comenzaron con el control de su estratégico mar. Ahí, sí hubo una confrontación abierta de Occidente con Oriente, aunque el proceso fue tan prolongado que en muchos momentos hubo más bien una convivencia pacifica. Este planteamiento lo escribió en su libro “Mahoma y Carlomagno”, al que por supuesto vale la pena leer. Falleció en 1935, tenía entonces 73 años.
En su obra combinó todos los elementos que le permitieron ahondar en el conocimiento de su mundo y su pasado, sin prejuicios, pero con rigor científico. Es uno de los más grandes historiadores europeos, sus aportes siguen vigentes, mucho tenemos que agradecer al “peligroso” Henri Pirenne y a los habitantes de Creuzburgo que no cometieron ninguna barbaridad en su contra, a pesar de que sus autoridades los azuzaron.