A DEBATE
¿Y ahora qué?
Susana Rappo
La resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación de validar la elección presidencial del 2 de julio, aceptando que no fue limpia y declarando presidente electo a Felipe Calderón, abre una serie de interrogantes en diversos sentidos. La primera de ellas es sobre las bases mismas en que el ganador de los comicios podrá construir su presidencia. Los llamados a la unidad y al diálogo suenan huecos; la desconfianza es tal, por lo menos para una tercera parte del electorado, que afirmaciones como las señaladas por el michoacano en su primer mensaje como presidente electo –“los mexicanos podemos pensar diferente y no ser enemigos”– no convencen, más cuando el discurso proviene del que construyó su candidatura con base en una campaña de odio y desprestigio, polarizando como nunca antes la confrontación electoral.
Se tratará en todo caso de la correlación de fuerzas y el destino del propio movimiento social que hoy cuestiona el proceso electoral por fraudulento y a las instituciones que terminaron por validar la elección.
Para una buena parte de las fuerzas representadas por la Coalición por el Bien de Todos el camino está marcado, aunque falta definir su contenido. La Convención Nacional Democrática, convocada por López Obrador para el próximo 16 de septiembre en el zócalo capitalino, marcará las directrices por las que la resistencia civil tendrá que transitar.
Se trata, desde mi punto de vista, del fortalecimiento del movimiento generando una cierta estructura flexible, que permita una mayor organización a nivel local y nacional y un redespliegue de nuevas fuerzas que permita disputar y confrontar en cada ámbito de la vida nacional la idea de que otro país es posible y que estamos dispuestos a lograrlo.
Desde las comunidades, estados, ciudades y regiones, así como desde las distintas formas organizativas incipientes o consolidadas que confluyeron en el proceso electoral en la candidatura de López Obrador y que generaron un gran movimiento social contra el fraude electoral y la imposición, se tratará de canalizar esa gran energía social en la construcción de nuevas formas de participación, disputando cada espacio bajo la idea de construir una nación incluyente y menos desigual. El desafío es mayúsculo, se trata de darle continuidad y organización al movimiento, buscando nuevas articulaciones basadas en una cada vez mayor participación política de los ciudadanos
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