Gerardo Oviedo
El sonido y la furia
Gerardo Oviedo
gerovio@hotmail.com
TODA LA RABIA DEL MUNDO
a Don Renato
La semana pasada concluí una serie de textos de una historia política entre una reportera, un político, un empresario y un sicario (30 entregas iniciada el 10 de octubre de 2006 y concluida el 22 de mayo de 2007). Y como dije al principio de aquel tiempo, es un humilde homenaje a los cientos de periodistas asesinados en México y que aún esperamos se haga justicia. Debo agradecer también todos los correos electrónicos de los lectores y lectoras que hicieron favor de enviarme para que esa historia fluyera a cabalidad y de forma coherente. Además agradezco al equipo del periódico Cambio por su generosidad y apoyo. Y como los ejercicios siempre deben continuar para perfeccionarse, esta semana comienzo otra zaga que llevará por título tentativo: Toda la rabia del mundo ó las perversidades de la historia, pero que, como toda ficción, podrá ser relevado de acuerdo a las circunstancias de su escritura. Va un humilde homenaje al siglo del caos.
“El revolucionario más radical
se convertirá en un conservador
el día después de la revolución.”
Hannah Arendt
PARTE 1
1.
Karla dice que si no cambio, pronto va a dejarme porque no puede estar al lado de alguien como yo. Sospecho que la estoy matando poco a poco. Ella tiene apenas 22 años y sé que piensa en cosas mucho más serias e importantes. Eso lo sé porque también pasé por la etapa de esterilidad mental cuando amaba a Sofía: hasta quise casarme con ella para obtener todo lo que todo mundo quiere tener, la felicidad traducida en bienes materiales: casa, coche, televisor y un maldito perro. Pero el amor, y aquí va una de las frases que a menudo dice Goliath: El amor de los hombres hacia las mujeres sólo tiene cara de culo. Y esto es verdad porque yo me enamoré como un imbécil de Sofía y de todas sus curvas. Pero el amor, y aquí viene una frase que odiaba que me dijera la propia Sofía mientras estaba conmigo: El amor de las mujeres hacia los hombres sólo tiene cara de cara y no de cruz. Porque Sofía no creía en el sexo. Sólo en el amor. Y esto lo supo cuando descubrió que era increíblemente hermosa en la misma proporción en que era intensamente frígida. Y más cuando yo quería derraparme por todas sus circunferencias y tatuarle mis huellas digitales sobre su piel, ella sólo se enconchaba como esos insectos que se hacen pelota y me dejaba babeando como un adolescente. En esa época yo tenía 22 años y Sofía 19. Éramos tan jóvenes y tan serios. En cambio mi relación con Karla es diferente, ella explota al menor contacto de mis manos con su epidermis y esto me preocupa, porque me hace pensar que a mi edad ya necesito esas pastillitas azules de viagra que desafían la ley de la gravedad al lanzar el deseo hacia el infinito, ya que por más que me concentro para conseguir un orgasmo cuando tengo sexo Karla, apenas lo alcanzo si pienso en Sofía. Lo confieso, mea culpa, con Karla jamás he tenido un orgasmo sincero. Entonces a veces me da miedo tocarla, porque ando pensando en otras cosas y a Karla la veo como a un animal depredador que salta sobre su presa para seguir viviendo a costillas de la carne del conejillo de indias, que en este caso soy yo y mis fuerzas de pollo. Supongo que es porque siempre hacemos el amor a oscuras y, como me dice Goliath: En la noche todos los orgasmos son pardos y puedes hacer el amor con la persona que en ese momento más te convenga. Y tiene muchísima razón, he usado en mi mente a Sofía para hacer el amor con Karla tantas veces que ya no sé en realidad con quien hago el amor y, lo peor de todo, es que Karla no se ha dado cuenta de todos mis engaños cuando cierro los ojos.
2.
Goliath es el único amigo gay que tengo. Todos los demás son perfectamente heterosexuales, casados y muy frustrados. Como Juan Pablo Jurado, mi amigo de parrandas, ex compañero en la secundaria y hoy vendedor emérito de zapatos para señoras emperifolladas totalmente palacio y quien lleva una vida marital que se conoce, desde el pasillo de ropa casual hasta donde venden televisores de pantalla plana, como el de la era del hielo: Su vida sexual es un témpano con mamuts y pingüinos incluidos. O como Jaime Barcelona, el idiota que se pelea con todos cuando anda borracho y todas las pierde. La última vez tuvimos que terminar de festejarle su cumpleaños en el hospital con su nariz rota y una costilla fracturada. Y hasta hemos apostado a sus espaldas la edad en que va a morir asesinado, porque esto es lo más seguro que suceda según una encuesta levantada entre todos sus amigos. Yo digo que no va a llegar a los cuarenta años. Goliath, que es mucho más indulgente que yo, ha apostado a que asesinan a Jaime pasados los cincuenta y, según su hipótesis, es porque a los cincuenta el Barcelona entrará en la peor de todas sus crisis de mujeriego y esto, irremediablemente: Lo llevará a buscar sexo con mayor vehemencia y encabezará el top ten de infidelidades conyugales por noche, entonces va a ser asesinado en la madrugada a las afueras de un table dance por los guardias de seguridad, por una amante enojada o, en su defecto, por su esposa Raquel que ya no lo soporta. Así se imagina Goliath el fin de Jaime Barcelona. Yo lo contradigo y le digo que es un romántico de porquería: Jaime será ejecutado sin pena ni gloria por un monje franciscano cuando vuelva a insultar a Jesús, a la virgen María, a José y a toda su parentela en medio de un bautizo, una boda o unos quince años. Porque Jaime es ateo, iconoclasta y hereje cuando anda borracho aunque no tenga la menor idea qué signifique eso. Karla dice que estoy chiflado al hacer una apuesta de ese tamaño, tal vez tenga razón y aumente la apuesta al mismo tiempo que baje la edad del asesinato de Jaime, porque ahora que lo pienso, no creo que llegue ni siquiera a los 30 años. Pobre Jaime, por lo menos debería aprender a pelear para morir con dignidad. Pero como la compasión nunca ha sido uno de mis mejores atributos espero ganar la apuesta cueste lo que cueste. En tanto el macuarro del Perlotas masculla entre dientes que Jaime morirá en un accidente automovilístico a los 45 años y no argumenta más. El Perlotas en realidad se llama Rubén Bolaños, pero su sobrenombre se le quedó una noche de noviembre cuando todavía íbamos en preparatoria y decidió fumar un churro de marihuana y le entró una extroversión a su carácter tímido y apocado que lo convirtió, después de tres toques de mota, en un nudista compulsivo que tuvimos que noquear cuando corría literalmente en pelotas sobre la avenida principal para que nuestros vecinos no nos acusaran de ser, aparte de marihuanos, unos pervertidos de primera. Este Perlotas es el más raro de toda aquella camada de amigos que aún me quedan de la preparatoria. Jamás habla en público y cuando lo hace, no se le entiende un carajo, porque generalmente usa puros monosílabos o palabras entrecortadas. Todos los que lo conocen por primera vez piensan que es tartamudo, pero nosotros que llevamos más tiempo de conocerlo sabemos que no es tartamudo sino que sólo es medio pendejo. Pero así con todo y su retraso logró casarse saliendo de la escuela con Rebeca Galindo, la chava más perreada de la escuela. No sabemos si fue su extrañísimo carácter lo que hizo que Rebeca se fijara en el Perlotas o que este imbécil tuviera más lana que toda la escuela junta. Su padre tiene como hobbie ser el dueño nada menos que del equipo de béisbol de la ciudad. Y pensar que su hijo ni picha ni cacha ni deja batear. Pobre del padre del Perlotas, con tanto dinero que tiene y fue castigado con un hijo como el Perlotas.
3.
Y hablando de familia yo también tengo una. Una hermana mayor llamada Clara que es ninfómana y una menor que está loca. La mayor se aprovechaba de mí cuando éramos niños y a la menor ninguno de los dos la fumamos nunca. Clara es ahora una honorable señora de alta sociedad, casada con Filadelfo Ramírez, senador de la república y ex presidente del club de industriales. Mi hermana menor Anaís es todo lo contrario, dice que es poeta y por eso siempre anda prendiendo inciensos por todas partes. De niña se la pasaba torturando lagartijas a las que les abría la panza con una navajita gillette y luego las quemaba como si fueran herejes durante la santa inquisición española. Incluso la última vez estuvo a punto de provocar un incendio en su cuarto cuando ató una lagartija a un palito y con un algodón empapado con alcohol quiso simular una gran pira funeraria. De esa tarde todavía le quedan tres cicatrices. Una en la mano izquierda cuando se le prendió el algodón, la otra cicatriz en la mano derecha cuando intentó apagar el fuego de la cama a manotazo limpio. Ella dijo que fue un error de cálculo lanzar el algodón a la cama y no hacia el suelo cuando se estaba quemando, pero mi madre no entendió razones y la tundió tanto a golpes que hasta a Clara y a mí nos dolió su paliza. De ahí, en la ceja izquierda, tiene la tercera cicatriz producto de un derechazo de mi madre. De esa experiencia volátil Anaís sólo se quedó con el humo de sus inciensos y sus anotaciones infantiles en una libreta morada que llevaba a todas partes. Alguna vez puede hojearla en un descuido de su autora: “Las lagartijas mueren a los cinco minutos y se doran a los quince. A la media hora ya casi se han convertido en cenizas. ¿Nosotros en cuánto tiempo nos haremos polvo?” Anaís tenía en ese entonces 9 años y no jugaba con Clara ni conmigo.
(Continuará próximo miércoles)
Escucha de lunes a viernes de 11 a 1 pm, el programa: “El arte científico de la política”, con don Renato y tu servidor, a través de www.radioamlo.org y no se te olvide: Próximo viernes 8 de junio, en la galería del ayuntamiento presento el libro: “Bajo el peso de nuestro propio fuego” a las 6 de la tarde. No faltes.