Porfirio
El huevo de la serpiente
Decía un clásico mexicano que la política debía dejar de ser aquello que pasa entre los políticos para convertirse en aquello que pasa entre la gente. Eso sucede en el debate nacional: el esclarecimiento público de los términos de la contienda. De un lado la denuncia fundada, la consistencia ideológica y el llamado democrático; del otro la ilegitimidad, el cinismo y la imposición a cualquier costo.
La clave reside en la relación Mouriño-Pemex: el poder como negocio y su ejercicio como desfachatez. Nada más elocuente que los resultados de la encuesta de María de la Heras. El ¡85%! de la población cree que —al margen de todo legalismo— la conducta del secretario de Gobernación no es ética. El 68%, que éste debe renunciar, y 53%, que Calderón sí conocía los contratos familiares. La lumbre en los aparejos.
Recordaba Mauricio Merino que “la mezcla de los negocios privados y los asuntos públicos ha sido la causa de casi todos los escándalos políticos, dentro y fuera de México”. Añade que, una vez estallados, el daño se vuelve irreparable; por lo que los intentos por probar judicialmente la “honestidad” del corrupto sólo retrasan las consecuencias y las pueden tornar desastrosas.
Por mucho menos que el Ivangate, el antiguo régimen solía despedir secretarios de Estado y desaparecer poderes locales. No obstante, la soberbia y la complicidad sin disimulo parecen ser los signos del tiempo. Emerge una modalidad inédita del autoritarismo que asume la ilegitimidad de su origen y de su conducta como hechos “justos y necesarios”. Tal vez el nacimiento del “fascipanismo”.
Cómo entender la frase de Germán Martínez, cuando exalta a la “nueva clase política que está construyendo el país” y, entre otras virtudes del inculpado, destaca su “decencia pública”. Cómo no escuchar el mensaje de Santiago Creel, cuando arenga a tener “sentido de cuerpo” (sic), porque “tocan a un panista y nos tocan a todos”, que no alude a la solidaridad de los mosqueteros, sino a la impunidad de los pandilleros. Cómo no sonreír ante la delirante formación del grupo Las Aguerridas de las diputadas de ese partido.
Cómo no responder a las expresiones del acusado, cuando después de admitir que “la cosa no se va a poner fácil” cuando nos acerquemos “al proyecto de 2009”(¿?), exclama “vamos con todo”, demanda la participación de cada panista “como un soldado de ejército” y exige a “cada militante” mantenerse “en su trinchera”. El lenguaje paramilitar del discípulo se corresponde con el uniforme postizo del maestro.
La pieza mayor de este vocabulario de utilería fue la declaración de Calderón frente a los empresarios sobre su “enorme compromiso con la legalidad”, cuando él mismo había reconocido, como secretario del ramo, que “sólo la modificación de los artículos 27 y 28 constitucionales podría dar certidumbre” a la reforma energética. En las circunstancias, su referencia inmediata a la “fortaleza” institucional del país remite de modo inevitable a su acepción castrense.
Recuerda también la célebre cinta de Ingmar Bergman que transcurre en Berlín durante los años 20. En ella se narran las gesticulaciones, en apariencia inocentes, así como las perversiones verbales que desembocaron en el nazismo. Dice el personaje de la obra: “Es como el huevo de la serpiente: bajo la fina y transparente membrana se puede advertir claramente un reptil ya perfectamente formado”.
La analogía no es excesiva, sino que obedece a una lógica de la historia. Sostiene Gramsci: “Ocurre casi siempre que un movimiento espontáneo de las clases subalternas coincide con otro, reaccionario, de la derecha de la clase gobernante”. Determina “complots de los grupos oligárquicos que, aprovechando el debilitamiento del poder formal, conducen a los golpes de Estado”.
Éstos van precedidos de la “siembra del pánico entre los espíritus y los intereses” contra un supuesto peligro de subversión. “Nos atacan porque quieren dañar a México; apuestan por el fracaso del país”, dijo Mouriño, para terminar vociferando “¡No nos vamos a dejar amedrentar!”. Acto seguido, se nos vincula con una conspiración terrorista internacional, en el más clásico estilo de 1968.
Es el arribo de una ideología política estridente y pragmática de la que el gobierno es puramente instrumental: la promueven los factores de poder real que lo sustentan y aprovechan. Sirve igualmente para dirimir hegemonías internas y refirmar subordinaciones. En el caso, la victoria de una falange mercantil sobre un yunque clerical y el alineamiento sin maquillajes con un proyecto imperial.
Se ha dicho que Calderón enfrenta dos opciones: sacrificar el brazo para salvar el cuerpo o defender la extremidad arriesgando el conjunto. Como hay gangrena de por medio, pienso que sólo le queda una alternativa. Si escoge la otra no lo salvarían ni las legiones macedónicas.
bitarep@gmail.com