miércoles, mayo 30, 2007

Jesús y la despenalización del aborto en México

Anamaría Ashwell

Hace algunos años le regalé al poeta y filósofo Óscar del Barco una copia del libro Dios: una biografía (edición en español, Planeta, 1966); este fue uno de los libros, en su momento, más premiado y comentado en EU (Premio Pulitzer) del gran erudito Jack Miles (conocedor de varias lenguas antiguas y modernas del Medio Oriente, antes Jesuita y de larga trayectoria académica, ahora asesor en temas bíblicos del J. Paul Getty Trust de California).

En ese libro, Miles se preguntaba quien es dios si fuera algo así como un “personaje” de la Biblia Hebrea (del “viejo” Testamento para los católicos) y si la Biblia no fuera producto de una milagrosa revelación (como sostienen algunos) sino una magna y brillante obra literaria producto de la imaginación humana. Ningún comentario (así lo expresó en su momento Paul Johnson por ejemplo) hace justicia al impresionante “personaje” que es dios y que Miles extrae de esos textos bíblicos. Pero el poeta Óscar del Barco, cuando terminó el libro, me hizo un comentario, o más bien le oí exclamar un comentario con humor certero que se me quedó en la memoria: “Dios parece un asesino serial”.

Jack Miles, en el año 2001, escribió otro libro que llamó Christ: A Crisis in the Life of God (Alfred Knopf; NY). Esta vez Miles fue en busca del “personaje” que es Jesús en los Evangelios de Marcos, Lucas, Mateos y Juan. Jesús, cuyo nombre viene de la traducción al latín de Iesous, la palabra griega que traduce el yehoshua o yeshua hebreo y que significa “El Señor es salvación”, Miles describe como una suerte de resolución en la “crisis” que se abre entre el dios de la Torah y su pueblo prometido porque al final de 500 años de opresión, bajo el dominio romano, los judíos estaban amenazados por un holocausto final. Dios dona entonces a los hombres un “hijo judío”–según la tradición de los “nuevos” Evangelios– que resulta a su vez en la antitesis del dios guerrero, pleno de ira, venganza y sacrificio que fue él, el dios padre, del viejo Testamento. Juan lo presenta como el “cordero de dios” aludiendo al entorno cultural y religioso en el cual el sacrificio de los corderos se practicaba en nombre de dios en el Templo de Jerusalén. Jesús se referirá a sí mismo como “hijo de hombre”, acentuando su humanidad (de los cuatro Evangelios sólo el de Juan, escrito quizás 100 o más años después de la muerte de Jesús, insistirá sobre su condición divina; ver Miles, J., 2001: 34), y cuando otros se refieren a él como el “rey de Israel” él los confrontará con palabras como: “Soy menos de lo que piensas que soy” o “Soy menos y más”. Jesús, nos explica Miles, se mantuvo siempre ambiguo sobre su adjudicada divinidad. Pero en el quinceavo año del reino romano de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tanto para el poder colonial romano como para el poder civil y religioso de los Seducíos, el clan rabínico de Zadok que administraba el Templo de Jerusalén, Jesús era sólo un rebelde que azuzaba al pueblo en contra de los poderes civiles y religiosos establecidos. De las características de este “personaje” Jesús, Miles resalta sus cualidades de taumaturgo con sus dones para leer las mentes y el futuro; nos explica también las condiciones y razones de su celibato y nos sorprende con su actitud de excepcional tolerancia hacia el sexo. Si fue o no “el ungido”, es decir el “Mesías”, Jesús lo admite sólo una vez y ante una herética samaritana (Miles, J. 2001: 64). Sus discípulos pensaron muchas y distintas cosas de él: lo llamaron juez; también rabí o rabino; “cordero de dios”, es decir, un ser señalado para el sacrificio; “hijo del hombre”; encarnación del Templo; arquetipo del esposo universal y también se refirieron a él como un profeta en la tradición de Moisés. Y si fue un dios para Juan y sus seguidores, fue uno que no tuvo gusto ni disposición por el castigo ni la venganza. De Jesús no se conoce ningún acto de violencia y sólo la prédica pacifista de oponerle a toda agresión “la otra mejilla” (la única acción violenta registrada es la expulsión de los mercaderes del templo que Miles explica más como “una actuación” que una acción, J. Miles 2001:40). Tres fueron, así mismo, sus legados trascendentes: el ejemplo de su resignación perpleja (“dios mío, dios mío ¿por qué me has abandonado?”) ante su muerte y crucifixión (castigo) ejecutada por centuriones romanos ( recomiendo la lectura de Raúl Dorra, Profeta Sin Honra, siglo XXI, 1994); su heroica predica de amor universal (todos los pueblos fueron para él los elegidos de dios); y la enseñanza ética –resumida en Lucas– que sentencia una bendición para los débiles y/o los pobres “porque ellos heredaran” su reino.

Este simpático, enigmático, bondadoso, justiciero y valiente Jesús que Miles extrae de los Evangelios ¿cómo y cuándo se convirtió en un ser divinizado y en su postura crucificada venerado?, ¿por qué los obispos de la iglesia católica que se autoproclamaron los únicos e universales guardianes de sus enseñanzas lo presentaron a sus devotos como un ser sangrante y torturado, moribundo en una cruz, promoviendo el martirio, el antisemitismo y una tradición misógina y vengativa? (ver, James Carroll, Constantine’s Sword:t he Church and Jews, Houghton 2001 o G. Passlecq, B. Suchecky, The Hidden Encyclical of Pius XI, Harcourt,1997).

Un libro reciente del papa Benedicto XVI (reseñado en El País; 30 de abril 2007) vuelve hoy a afilar la espada de Constantino ajustando la imagen “ortodoxa” de Jesús que tiene la iglesia católica: Ratzinger lo describe influido por las enseñanzas de los Esenios, una secta que rechazó y se aisló de la autoridad de los rabinos del Templo en Jerusalén y concluyó que no fue sacrificado por la autoridades romanas por su rebeldía política sino a petición de los rabinos del templo que lo condenaron por “blasfemo” cuando él se autoproclamó de naturaleza divina.

La jerarquía sacerdotal de la iglesia católica, en nombre de Jesús, históricamente, ha condenado, excomulgado, sentenciado a la muerte y martirizado a los que cuestionaron su autoridad y su dogma: ellos se proclamaron hace ya mucho tiempo los únicos que hablan en nombre de Jesús. La investigación reciente y nuevas documentaciones sobre la historia temprana del cristianismo; sin embargo, nos clarifican hoy lo enormemente diverso de las creencias cristianas en su comienzo así también la manera como el poder de los obispos fue convirtiendo y trasmitiendo a través del tiempo su editado cristianismo como una verdad monolítica (Irineo a partir del segundo siglo de nuestra era es el primer obispo que suprime y descalifica como hereje todos los otros Evangelios de los otros discípulos de Jesús). La exclusión de los otros Evangelios lo decide la iglesia católica por variadas razones, quizás y para ser justos, porque fue imposible mantener la unidad de los fieles cristianos en momentos de persecución extrema permitiendo tanta diversidad de creencias; pero en algunos casos fue porque esos Evangelios cuestionaron la centralidad de los obispos en el cristianismo (El Evangelio de Tomás) y en otros porque seguidores de Jesús no aceptaron la exclusión de las mujeres del sacerdocio cristiano (El Evangelio de Maria Magdala). Hoy conocemos y están traducidos 52 textos y Evangelios cristianos descubiertos en 1945 en Naj Hammadi, incluyendo el Evangelio de Felipe, el de Tomás, que sus seguidores reconocen fue hermano gemelo de Jesús, y el de Pedro, entre otros. Ahora también contamos con el Evangelio de Judas Iscariote –el Codex Tchacos– descubierto en 1970 cerca de Al Minya, en Egipto, que nos revela otra imagen de Jesús y rectifica la tradición de un Judas que por unas monedas lo traiciona (ver Elaine Pagels y Karen L. King; Reading Judas: The Gospel of Judas and the Shaping of Christianity, Viking, 2007; también El Evangelio de Judas, ed. R. Kasser, M. Meyer, G. Wurts; National Geographic Society 2006).

Del cristianismo hoy están adueñados –también– pseudo célibes y misóginos sacerdotes funcionarios administradores de las riquezas materiales de la iglesia; sobre algunos de ellos pesan graves acusaciones por actos de violación sexual contra niños, y toda la iglesia católica en EU –ahora también la de México– está comprometida por el encubrimiento ilegal de los culpables de esos crímenes; hay otros que hablan en nombre de Jesús y cargan con una laxa autoridad moral por largos y públicos historiales de enriquecimiento a costa de su comunidades de fieles. Amparados en ese magno personaje que fue Jesús, vuelven hoy a la escena política nacional, condenando y excomulgando a las mujeres y los hombres que se decidieron por proteger los derechos de las mujeres para decidir autónomamente sobre sus cuerpos y despenalizando el aborto.

Ninguna mujer, ningún hombre, quiere someterse o ser responsable de un aborto. El aborto es la última, la más terrible decisión que una mujer puede asumir en la vida. Muchas mujeres, especialmente las más pobres o débiles, aquéllas a quienes Jesús heredó su reino, sin las mínimas condiciones y seguridades médicas, mueren todos los días por abortos sucios, en la soledad, en la incomprensión y en la oscuridad. Eso no es del reino, ni de las enseñanzas ni las prédicas de un Jesús amoroso; eso es resultado de la complicidad de unos jerarcas de la iglesia con políticas inhumanas que nada saben de la compasión y la vida justiciera que enalteció a Jesús.

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