viernes, agosto 31, 2007

AMLO: LOS PRINCIPIOS Y LA CONGRUENCIA. Reseña del libro “La mafia nos robó la presidencia”

Defender un proyecto alternativo de nación, así en su máxima generalidad, evita problemas como la definición de principios. Setenta años de PRI y siete años de PAN, han enraizado reglas en la política donde la constante ha sido reproducir las mismas prácticas: el corporativismo, la corrupción, la represión desde cargos públicos, la negociación y la transa, el enriquecimiento ilícito, la cohabitación cómplice, la doblez frente al poder económico.

Desde la articulación del PRD como conjunción y síntesis de múltiples luchas por transformar el país, anidó a la par del movimiento social (sindical, campesino, indígena, urbano, entreverados ellos en su seno amplio y democrático de su etapa inicial), la inevitable burocracia partidista desligada de la vital base social militante; llegó al Congreso, una cada vez más gruesa bancada, con legisladores vacilantes, más preocupados por el cuidado de sus nada despreciables ingresos, que de llevar a tribuna la voz de sus representados en pie de lucha, separándose así de la movilización, salvo honrosas excepciones. Cuando se conquistaron espacios en el gobierno, casi siempre el común denominador ha sido la defensa del aparato institucional más que responder al empuje de quienes posibilitaron su ascenso al poder (más formal que real). Ejemplos sobran y sólo hay que recordar las recientes aprobaciones de la Ley Televisa en la cámara de diputados y antes, el voto de la zedillista versión de la Ley Indígena, entre las traiciones más costosas a reivindicaciones históricas del pueblo mexicano.

I

La mafia nos robó la presidencia, obra de Andrés Manuel López Obrador, en esa marejada de oportunismo en crecida, de entreguismo desde la “izquierda” y fascistización de la política nacional, coloca en medio de una movilización sin plazo final, la vigencia sin concesiones de actuar congruentemente, con principios. La cuestión es de suma trascendencia si se reconoce que la polarización social y económica de México, donde “las empresas recibieron 60 por ciento del ingreso nacional, y los trabajadores apenas 30 por ciento”, (p. 204), no deja lugar a asumir posiciones de moderación y mesura, pues las posturas colocan en uno u otro extremo (“Como nunca en la historia reciente de México, una campaña política se definió con tanta claridad a partir de dos proyectos de nación no sólo distintos sino contrapuestos” AMLO, p. 189).

¿Se puede ser moderado frente al hecho de la miseria generalizada de millones de mexicanos? ¿Se puede ser de izquierda moderna frente al brutal saqueo de la riqueza del país y del patrimonio público a manos de una insaciable oligarquía financiera? (“En la práctica, el gobierno se ha convertido en un comité al servicio de un puñado de especuladores y traficantes de influencias”, p. 68) ¿O ante la feroz represión contra el movimiento popular que se organiza con medios constitucionales reconocidos en el papel pero negados con la persecución? En ese sentido, las palabras de López Obrador, desenmascaran todo intento de pactar con un poder urgido de reconocimiento, negado en las reglas formales de la democracia electoral, que en contraste, desconoce todo diálogo al estar amenazados sus intereses más preciados.

“Por eso creo que en la actualidad, en vez de convertirnos en una izquierda legitimadora y seguir haciendo política con el viejo molde, debemos volver a ejercer ese poder cualitativo que da la autoridad moral.

[…] El contrapoder consiste, también, en no entrar al juego del sistema: el de la política tradicional de intereses, que ha imperado por mucho tiempo en nuestro país”. (pp. 86-87)

Aquellos legisladores que habiendo alcanzado un escaño en el Congreso por el empuje popular en torno al proyecto encabezado por López Obrador, y que ahora se aprestan a seguir convalidando al régimen calderonista espurio, si no han podido echar a andar tal estrategia, ha sido porque ese movimiento, lejos de derrumbarse, sigue su marcha a lo largo del país. La estabilidad política ficticia, presente sólo en lo mediático, pende de un hilo, pues día a día la represión cobra víctimas. De tal suerte es vital para la cúpula empresarial, militar, clerical y gubernamental ilegítima, tender puentes que mediaticen y den forma a uno de sus más caros sueños: volver totalmente funcional para sus intereses estratégicos a los representantes populares y contar con un ala “izquierda” proclive a sus iniciativas de ley (presupuestal, fiscal, energética y laboral, fundamentalmente); para ello ya hay quienes se disponen a cumplir ese miserable papel como paso lógico al concebir la conquista de una posición legislativa como finalidad de su ascenso social. Por todos los medios, la derecha empresarial propala la necesidad de contar con una izquierda civilizada impulsora de una tercera vía que ha demostrado fehacientemente en los países donde se implantó, que sólo significa la aplicación de la llamada política económica neoliberal, hasta el extremo de hacer partícipe de la guerra colonial de Irak a la potencia en donde tuvo su cuna: la Inglaterra de Blair y Giddens, su teórico orgánico.

II

El libro de López Obrador, no es complaciente con la propaganda oficiosa, ni se doblega ante las tendenciosas encuestas desde las que se clama por desaparecer de escena al movimiento que encabeza. Uno de los puntos álgidos en ese terreno, fue la decisión de instalar en varios kilómetros un plantón sobre la importante arteria financiera, comercial y cultural de Paseo de la Reforma, en el corazón político del país. La incesante intolerancia de los corifeos de la derecha, apuntaba a exacerbar la susceptibilidad de algunos sectores medios ofendidos por una necesaria medida de presión ante el fraude electoral a punto de ser consumado: quienes maquinaron la burla a la voluntad popular esperarían el conformismo del movimiento social ante otra afrenta con el mismo sentido que el desafuero, es decir, aniquilar a la oposición. La interrupción de la circulación vial, fue la punta de lanza del chantaje mediático, al invocar la histeria e intolerancia de manera análoga al problema de la inseguridad pública; su ojo vigilante siempre tiene en la mira la cancelación de garantías constitucionales como la libre expresión, manifestación y organización (es más, ahí están sobre la mesa, las iniciativas para reglamentar las manifestaciones públicas). No tan sólo se soportó esa embestida, sino además la movilización vio de frente a sus adversarios: medios de comunicación, empresas trasnacionales, banqueros, el PRIAN, los tribunales: el gran capital con sus múltiples brazos y rostros se mostraba tal cual.

Pero la claudicación no llegó jamás, en cambio, “Fue enorme el sacrificio de quienes participaron en los plantones para mantener en alto la bandera de la dignidad. Aguantaron de manera estoica los ataques de nuestros adversarios; la incomprensión de mucha gente que no alcanzaba a ver el carácter injusto y la gravedad de la situación, así como el desprecio de los poderosos con el clasismo y el racismo que se desataron”(p. 259).

El pragmatismo a toda costa para enrolarse en los circuitos institucionales, no es la divisa de este movimiento democrático. La vieja discusión entre optar por más pragmatismo o por seguir refrendando los principios, es la trampa del sistema cuando para los primeros vislumbra capacidad de diálogo y liderazgo, mientras para los segundos augura el más estrepitoso de los fracasos en la vida política, amén de su marginalidad y vocación testimonial. A esa concepción se le escapa de sus moldes la lógica del movimiento y de la política seguida por López Obrador: no se entiende cómo se mantiene en alto la organización de la gente desde sus pueblos, barrios, ejidos, sindicatos, universidades, etc. Para la derecha, sin el soplo de un caudillo, el pueblo no se mueve, pues históricamente así han concebido en la formación de México su papel: como ente pasivo, subordinado y en calidad de objeto. Cuando cobra dinamismo, capacidad organizativa y dignidad, desafía la cooptación o la compra de consciencias, no queda más que declararla un peligro para México, situado fuera de las buenas maneras como subterfugio idóneo del ataque artero.

III

La cauda de inconformidad viene de lejos y viene a pie. De ahí lo nodal de responder para dónde seguir, para dónde hacerse una vez consumado el fraude electoral. La presencia firme de millones de mexicanos en las calles, apostados con la convicción de revertir la injusticia, encontró respuesta en iniciativas ensayadas por el movimiento opositor en México: la lucha contra la privatización de PEMEX, el éxodo por la democracia, el referéndum sobre el Fobaproa, las marchas contra el desafuero, el plantón de Reforma y en los campamentos distritales, bajo el signo de la resistencia civil pacífica, para no quedarnos cruzados de brazos, haciendo vana antesala en los corredores del poder entregado a la arbitrariedad como su programa de gobierno. La insistencia en la presión, la construcción de organización, es ajena a pedirle dádivas al régimen excluyente, desesperado por la presencia del ninguneado pueblo en el primer plano de la política.

El mandar al diablo a sus instituciones, no dignificó marcharse a esperar sentados la siguiente contienda electoral; al vuelo de las manifestaciones, se proyectó tejer un gobierno legítimo, emanado de un triunfo electoral arrebatado a la mala y a la peor. Escalando en la organización política de millones de ciudadanos, se gestó la Convención Nacional Democrática para fundar desde abajo la IV República; simultáneamente, esta fuerza social se consolida en la formación de una gigantesca red de representantes de ese gobierno legítimo, asumiendo el compromiso con la transformación del país desde la negativa a permitir más despojos a la nación.

Así, “También propuse que construyéramos una red nacional de representantes del Gobierno Legítimo. Argumenté que de poco serviría tener gobierno, presidente, gabinete y programa si no se contaba con el apoyo del pueblo. Un gobierno divorciado de la sociedad no es más que una fachada, un cascarón, un aparato burocrático. Por eso propuse que el Gobierno Legítimo fuese el pueblo organizado. La democracia implica la participación ciudadana en los asuntos públicos. La democracia es el poder del pueblo, para el pueblo y con el pueblo” (p. 285).

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Resulta más que pertinente colocar al desnudo la encrucijada en que vivimos, y de esa forma provocar la inevitable definición, sin morder el anzuelo suspendido por el poder en sus aguas turbias de fingir diálogo, a la vez que asesina y viola derechos humanos.

La voz de López Obrador en el reciente Congreso Nacional del PRD, no deja lugar a dudas, para aquellos pragmáticos a ultranza:

“Para decirlo con claridad, quieren que aceptemos que la oligarquía impere por los siglos de los siglos y que el pueblo nunca tenga el derecho de elegir libremente a sus autoridades.

En otras palabras, quisieran que actuáramos como una izquierda legitimadora y a cambio de toda esa ignominia, nos darían el honorable título de izquierda moderna y hasta nos aplaudirían en sus medios de comunicación. No esta demás señalar que una izquierda legitimadora no es más que una derecha tímida y simuladora. Y lo verdaderamente moderno es el ejercicio de la crítica para transformar la realidad”.


López Obrador, Andrés Manuel, “La mafia nos robó la presidencia”. Editorial Grijalbo. México, 2007.

(Colaboración del Movimiento Estudiantil Espartaco para El Sendero Poblano del Peje)


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