Georgina Saldierna
Periódico La Jornada
Domingo 28 de marzo de 2010, p. 13
El regreso de la derecha al gobierno de Chile se debe, entre otras razones, a que en ese país ha surgido en los pasados 35 años una ciudadanía neoliberal a la que no le importa la política, señaló el investigador Juan Carlos Gómez Leyton, de la Universidad de Arcis, mientras Darío Salinas, de la Universidad Iberoamericana, destacó que el triunfo presidencial de Sebastián Piñera debe buscarse en las políticas de la Concertación.
Agregó que la llegada de este empresario al Palacio de la Moneda muestra el fracaso de una política, que invocaba al conjunto de la sociedad, pero privilegiaba sistemáticamente los pactos con la derecha, en favor de una porción del país.
Al participar en un panel que se realizó en Casa Lamm el pasado viernes, en torno a la elección de Piñera en Chile y su repercusión en América Latina, Salinas Figueredo expuso que el triunfo de la derecha hay que buscarlo en la aplicación de la transición pactada
y la vigencia de la democracia de los acuerdos
, a contrapelo de las demandas sociales y de la movilización en la construcción de una correlación genuinamente participativa.
En esta perspectiva, destacó el desgaste de la Concertación, los errores al abandonar espacios vitales que fueron copados por la derecha y sus divisiones internas, porque no supo, no pudo o no quiso llevar la transición más allá de convertirse en una buena administradora del modelo económico y político heredado de la dictadura, por haber profundizado el proceso privatizador a contrapelo de las demandas generales, y haber levantado un dique de contención al movimiento de masas.
Gómez Leyton dijo que a un sector de los chilenos lo que les importa es el mercado. La gente no quiere ser representada; muestra de ello es que 48 por ciento de la población no participa en los procesos electorales.
A lo descrito se suma el hecho de que el movimiento popular de Chile está rezagado desde hace 20 años y que la izquierda no sabe cómo convencer a una población que se le ha impuesto una cultura neoliberal, que no reflexiona y que otorga sentido de verdad a todo lo que se dice en la televisión. Si bien hay un sector de la sociedad que sí reflexiona, expuso que no logra avanzar y cada día se va quedando más solo.
En estas circunstancias, la posibilidad de que la derecha ganara en Chile estaba latente desde hace más de 10 años. Se concretó ahora porque la Concertación sufrió una división interna y se presentó a las elecciones con dos candidatos, explicó entre otras razones.
Lo más preocupante del panorama que impera en Chile es que es que se puede abrir la puerta al autoritarismo, añadió el investigador, quien rechazó que con la llegada de Piñera al gobierno, se inicie un giro a la derecha en toda América Latina, después del cambio que hubo a la izquierda en los pasados 10 años.
En este sentido, consideró que la región no ha girado a ninguna parte desde hace 25 años, pues con algunas excepciones, como Venezuela, Bolivia y Ecuador, los países latinoamericanos no rompieron con el neoliberalismo.
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Un clamor como un gañido
Prácticamente estuvo en todos los medios. En todos los noticieros, en horario estelar y escoltado por lo más granado de la publicidad en parrilla de programación “AAA”. En todos los programas de análisis político y también en los de presunto chacoteo, de ésos que terminan siempre haciéndole gordo el caldo a la propaganda oficialista.
Saltó a la palestra por voz del hombre más poderoso del mundo porque causó su enojo. Lo señalaron medios y locutores y académicos del mundo, diarios de planetario prestigio, los quintacolumnistas de la prensa escrita del imperio, los rotativos revolucionarios, y desde luego un nutrido rebaño de mercadólogos metidos a periodistas. El diminuto reyezuelo local admitía mordiendo el rebozo que es cosa de “dimensión internacional”.
Se multiplicó en los correveidiles, en pequeñas revoluciones de cafetín, balbuceos de cantina e incontables sobremesas, cebando paranoias y rumorologías. La barbarie, mascullamos con falsa incredulidad. La vieron venir, dicen algunos, brujos oportunistas y arúspices de mercadillo, oráculos y gitanas que leen las cartas, las palmas de las manos, los índices de la bolsa…
Suscitó clamor global de indignación y de horror; concitó enojos colectivos; acunó circunspecciones contritas y subsecuentes manifestaciones de hidalguía, golpes sobre la mesa elegante del poder, sus más encendidas declaraciones de irritación y algunas de las más fervorosas, solemnes promesas que hemos escuchado en los últimos tiempos: iremos hasta las últimas consecuencias, se dijo. Atraparemos a esos insectos, se clamó. Haremos que paguen con todo el peso de la ley esas sabandijas criminales, se pontificó sacando pechito. Enrojecieron iracundos rostros usualmente ecuánimes o lelos. Latieron las venas en las sienes. Hubimos de admitir que, como en película de Schwarzenegger, los malos siempre están al sur de su frontera. Qué importa que del otro lado millones de habitantes del imperio necesiten desesperadamente curarse la neurosis esnifando coca, arponeándose heroína y metiéndose pasones de marihuana, crack, anfetaminas, cristal… Qué importa que la demanda siga siendo la causante de la oferta.
Sicarios balearon y dieron muerte a ciudadanos estadunidenses y alguno de sus cónyuges, tres gringos presuntamente inocentes pero ligados al consulado de esa nación en Ciudad Juárez, esa tierra bronca que en el rostro de México es, para nutrir el estereotipo al que suele ser tan proclive la policía del mundo, algo así como un forúnculo infecto. Qué mal, dijeron los poderosos de Washington, que los mexicanos hayan permitido una atrocidad así, qué indignación, qué rabia, qué espanto. Cuánta razón tuvieron los racistas gringos que por años han culpado al sureño patio trasero y laboratorio experimental socioeconómico de los grandes males de la pulquérrima sociedad estadunidense, de su vocación de actricita porno y cocainómana, de su fascinación enfermiza por las armas, por la subcultura del pandillerismo, por la perversa concepción del éxito a partir de los ceros en la chequera o las tetas plásticas de las putas que se puedan comprar y al mismo tiempo defender la soberana estupidez de decirse pueblo elegido por el dios que supura de un neocristianismo retorcido y ampulosamente fanático, de predicador de la tele.
Mataron a tres estadunidenses. Fueron asesinatos claramente selectivos. Tres muertos que dieron la vuelta al mundo. Tres.
Los otros, los más de diecisiete mil en lo que va del sexenio del obsequioso Felipe Calderón, ésos no levantan tanto polvo ni tanta ruidosa condolencia. Esos más de diecisiete mil cuentan menos que tres, porque hay, afortunadamente para las taxonomías simplistas de los grandes consorcios de información, ésos que, por ejemplo, enuncian armas de exterminio masivo donde no las hay, categorías del ser humano.
Y tres eran estadunidenses, mientras el resto, los más de diecisiete mil sólo en estos años, muertos de bala y explosión y degüello repartidos entre malandros y peatones incautos, señoras en taxis, chavos equivocadamente colocados en una fiesta, niños que iban jugando por el lado indebido de la acera o policías tanto metidos hasta las cachas en el sucio negocio de la droga como mártires caídos en cumplimiento del deber han sido puros pinches mexicanos…
Miles de asesinados por armas fabricadas, distribuidas, vendidas y contrabandeadas desde, precisamente, Estados Unidos indignado. Que ahora se van dando cuenta, vaya, de que los muertos pueden brotar de los dos lados de la frontera.