viernes, noviembre 16, 2007

Rector en la UNAM

Eduardo López Betancourt

elb@servidor.unam.mx

El método para designar rector en la Universidad Nacional Autónoma de México se encuentra previsto en su Ley Orgánica, mismo que data desde 1929; tal vez para su época fue lo mejor; sin embargo, después de 78 años se revela obsoleto e ineficaz.

La disposición legal marcó el procedimiento para elegir rector, una Junta de Gobierno conformada por 15 destacados personajes, después de auscultar la opinión, nombraban al jefe máximo de la institución; el sistema fue de altibajos, hubo fechas en que los rectores duraban poco, habitualmente surgían revueltas estudiantiles y en otras ocasiones la intervención gubernamental marcaba su renuncia, lo que definitivamente provocó en la máxima casa de estudios profundos retrocesos.

Una víctima de lo antes redactado, en perjuicio de la UNAM, fue el doctor Ignacio Chávez Sánchez, incuestionablemente uno de los mejores rectores en toda la vida de Ciudad Universitaria; para mala fortuna en 1966 el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz se encaprichó en gobernar la UNAM, situación a la que se opuso el eminente cardiólogo; como era cotidiano, el temperamental poblano jefe del Ejecutivo inventó una revuelta estudiantil absolutamente ficticia y de manera lamentable dejó el cargo don Ignacio Chávez; a partir de entonces el gobierno federal mantiene una sistemática presencia en la UNAM, a través de sus rectores ordena, dispone, cambia y mangonea la vida académica del país, puesto que la Universidad Nacional ha sido siempre el faro de luz y guía en la vida cultural así como científica de la nación mexicana.

Hubo rectores como Guillermo Soberón Acevedo, Octavio Rivero Serrano, Jorge Carpizo McGregor, José Sarukhán Kermez y Francisco José Barnés de Castro que abiertamente y sin tapujos acudían a Los Pinos para acordar con el jefe del Ejecutivo; era evidente que el priísmo estaba en todo su apogeo, de este modo los rectores mantuvieron una respetuosa y dependiente relación con el mando federal.

Esta tradición del control público se rompió cuando llegó a la Presidencia Vicente Fox, sujeto ignorante, quien jamás entendió la importancia de la educación superior, la menospreció y minimizó, dándose a su vez el fenómeno de quien ocupaba la Rectoría de la UNAM era precisamente un connotado priísta, Juan Ramón de la Fuente, impuesto por Ernesto Zedillo, con quien trabajó al frente de la Secretaría de Salud.

Desde que el panismo está en el poder, hemos observado un divorcio entre la administración federal y la Rectoría de la UNAM, tal hecho ha tenido beneficios, por lo menos aparentes, como pueden ser que la autonomía realmente se evidencie y por ella se apliquen programas a la par de objetivos ajenos al interés político gubernamental. Por otro lado, tal separación ha causado nulo apoyo y lo más grave, se ha intensificado la creación de mafias en el seno de la institución.

En la UNAM desde siempre han existido algunos sectores omnímodos que proceden sin prudencia ni disimulo, tal es el caso del Instituto de Investigaciones Jurídicas, donde quien “lleva las riendas” es Jorge Carpizo; en igualdad de condiciones está el Instituto de Biomédicas, ahí sólo se respeta la voz del doctor Guillermo Soberón, lo mismo ocurre en el Instituto de Investigaciones Sociales, donde el gran mandón es Pablo González Casanova; los ejemplos al respecto abundan, es lo que podemos entender como “parcelas de poder”; el éxito de un rector depende de respetar el influyentismo y cacicazgos de centros académicos, y por supuesto de escuelas y facultades.

Juan Ramón de la Fuente ha sido astuto, ha sabido controlar a personajes “omnipotentes”, simplemente tolerando su predominio, independientemente de otorgarles canonjías a diestra y siniestra, sin descuidar homenajes y distinciones. De la Fuente ha sido tan diestro que goza de buena fama e inclusive se afirma que la UNAM es de las primeras en el mundo, nótese, la publicidad a favor de Juan Ramón se ha operado correctamente y con excelentes resultados.

Lo cierto es que en la UNAM hay serias deficiencias, muestra de ello es la corrupción en el manejo del presupuesto, mismo que se reparte de forma misteriosa, llegando a excesos que categóricamente caerían en la ilicitud; lo más importante, la formación de profesionistas no responde en su capacidad ni en sus campos de trabajo a las necesidades de nuestra patria; es innegable, gran número de egresados universitarios carecen de preparación adecuada, todo lo anterior proviene de la ausencia de buenos planes y programas de estudio. Otro aspecto delicado es el burocratismo, favoritismo y nepotismo; analicemos, para ser profesor en la Universidad Nacional no se reclama examen de admisión en lo absoluto, dando paso a que los directivos “se sirvan con la cuchara grande”, imponiendo preferidos y protegidos, quienes generalmente resultan nefastos docentes.

Es obvio que la UNAM tiene severos problemas, los cuales han sido hábilmente ocultados por el rector De la Fuente, quien insistimos, disfruta de buena fama y hasta de talentoso, no obstante, más que académico ha sido sagaz político, tengamos presente que el propio Peje (Andrés Manuel López Obrador), cuando fue candidato le ofreció encabezara la Secretaría de Gobernación.

En este proceso de elección de rector, los universitarios están marginados legalmente, debe acotarse que es precisamente una de las más grandes fallas de la UNAM, la falta de democracia.

Para que la UNAM avance, el rector y demás autoridades principales deben ser electos por los universitarios mediante sufragio secreto y universal, dándole mayor valor al voto de los académicos que al de los alumnos y trabajadores, tal como sucede actualmente en las universidades españolas; hasta en tanto no se logre esto, nuestro principal centro de enseñanza difícilmente podrá camina.

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