lunes, enero 08, 2007

Este domingo fue el 3er evento de la Biblioteca Colectiva
Hay días que son difíciles de describir porque no hay un adjetivo preciso. Este es un día de esos. Entre las ausencias y las presencias no hay manera de cuantificar el saldo, ni de calificarlo: ¿positivo? Quizá. Empecemos por las presencias. Entre 11:10 y 11:20 llegamos a instalar la biblioteca colectiva del Trubito y cuál sería nuestra sorpresa al ver que la Coordinadora de Redes se había instalado en el que había sido nuestro lugar por 5 meses, y que nos compartió la Red Benito Juárez que ha trabajado ahí desde hace un año. Ya hace un par de domingos se había colocado junto a nosotros, pero esta vez se extendieron como verdolagas, dejándonos sólo pequeño espacio al lado de ellos, que no quisimos ocupar porque consideramos insuficiente para el evento que esperábamos hacer el día de hoy. La red Benito Juárez no se instaló. Sorprendidos y porque no decirlo, un poco molestos, nos movimos hacía otro lado, a la “vueltecita”, frente a unas bancas. El zócalo es muy grande y cabemos todos, como en México, en parte de eso trata esta lucha: de inclusión.
Más tarde cuando lo platicamos se nos pasó la molestia, porque ellos también trajeron libros, todos para regalar y eran buenos, contenían ensayos de investigación sobre la lucha obrera y al interior venía un volante recordando el centenario de la matanza de obreros textiles en Veracruz y Puebla, el 7 de enero de 1907. ¿Cómo lo sabemos? Porque ahora contamos con varios tomos de estos, ya que resulta que las personas ojeaban nuestros libros y cuando les decíamos que los intercambiábamos por otros, nos dejaban este de la lucha obrera...Al final un señor que es miembro de esta Coordinadora y quien con frecuencia también intercambia libros con nosotros, se acercó para decirnos que nos veíamos el próximo domingo en el lugar de siempre. Ya veremos, porque resultó que nos acomodamos muy bien en este, porque además en el otro existe enfrente una estructura cuadrada de rejas de metal cubiertas con plástico blanco que es enorme y tapa todo el panorama, en cambio aquí bien que nos vemos.
Las ausencias fueron muchas y valiosas: de la Brigada Universitaria únicamente llegamos cuatro: Lulú, Marú, Víctor y yo, así que ahora no se instalaron ni el periódico, ni las caricaturas. Tampoco la ludóteca. Mario Ríos fue otra gran ausencia y aunque llevábamos las ilustraciones de los cuentos que pensabamos contar el día de hoy, sin este entusiasta ludotecario, simplemente nos resultó inútil. Está claro, las vacaciones siempre aletargan, pero el primer domingo de febrero haremos un evento bien fregón ¿no es cierto?
Bueno, con todo (o más bien sin todo) el intercambio de libros marchó: recibimos dos cajas de donación; una persona que nos conoció en el evento anterior regresó con tres libros para intercambiar; y acomodando los libros, descubrimos que de la donación del primer evento se han puesto a circular la mayoría (hasta los que eran para debradar) y ya quedan bien pocos. El gran triunfo del día fue que llegó Jorge Ruíz, el tesorero del Ayuntamiento, junto con el grupo de inspectores de Regulación y Registro, quien preguntó por nuestra actividad y justo cuando se le estaba explicando, un niño me intercambió una palanqueta por un libro, y en ese momento nos felicitó. Sí, señoras y señores ahora tenemos permiso oficial (por si alguno le quitaba el sueño, je, je).
Los usuarios como siempre, bien intencionados. Una vendedora de dulces insistía en pagar por su cuento, no quería que le aceptáramos un dulce. La inmensa mayoría nos llevó de comer, así que por si no hubiéramos tenido suficiente con las cenas de fin de año, esta vez comimos: tortas de jamón, de milanesa, tacos fritos de carne con salsa y queso, unos helados bañados de chocolote, cubierto de lunetas y con unas galletas encima, una bolsa de papás, como veinte gallitos (la vendedora estaba tan feliz, que no se movía de cerca de nuestro puesto), montón de palanquetas, varias charolas de dulces típicos y para beber, los tradicionales jugos boing. ¡Lástima los que no fueron!
Los niños bien simpáticos también, uno escogió un cuento se fue corriendo con una palanqueta y regresó a intercambiarlo, volvió a revisar los libros encontró otro que le gustó, se fue corriendo por otra palanqueta y la intercambió de nuevo, y lo mismo hizo por tercera vez. Casi al cerrar, otro niño nos señaló un libro —pensamos que el del cuento de la hormiga— salió corriendo, pocos metros después regresó gritando: “me lo apartan, que no se lo lleven eh?” regresó con un pelón pelos ricos, y nos lo pidió. Cuál sería nuestro asombro que no quería el de la hormiga sino uno de “Técnicas de didáctica moderna”, “¿Seguro?” le preguntamos, “Sí, sí, ese, contestó”, ¿Cómo para qué? Sólo él lo supo.
Y para el final de un día extraño, nada mejor que enterarnos que la estructura metálica a la que hice referencia al principio de la narración es una “obra de arte”, literalmente. Así nos lo hizo saber un trabajador del Ayuntamiento quién cuando nos retirábamos llegó a preguntarnos si unos cárteles que estaban pegados sobre esa barda de plástico, eran nuestros, les dijimos que no y aclaró: “bueno, porque los vamos a quitar, entenderán que ya tuvieron su tiempo de exhibición y han de saber que esa es una obra de arte por lo que colocarle cárteles encima la insulta...” (¡¿?!). Por lo pronto el domingo 4 de febrero, aparte de que esperamos una multitud de brigadistas, ya son seguras dos nuevas actividades: “¿Cómo funciona?” (Desarma un aparato electrónico y vuélvelo a reconstruir) y “navega por tu cuento” (lectura en el tapete). Hasta entonces, nos vemos a la vuelta de la obra de arte.

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