jueves, septiembre 14, 2006


¿Quiénes son los enemigos de la democracia en México?
Julieta Piastro *

La Jornada de Oriente

André Bretón escribió en sus Recuerdos de México que su relieve, su clima, su flora, su espíritu rompen con todas las leyes a las cuales nos sujetamos en Europa. Y efectivamente, parece difícil comprender desde una perspectiva occidental la posibilidad de encuentro de objetos disímbolos, como el poder de conciliación de la vida y la muerte, del amor y del odio, de la riqueza y la pobreza, de lo sagrado y lo profano, de la lucha política y la fiesta. Probablemente la alegría y el humor presente en los momentos trágicos que sufre el país sean incomprensibles para un europeo, pero no hace falta ser mexicano para darse cuenta de que la democracia no se puede construir sin el pueblo, y que la compra de votos, la violación de casillas y de urnas no se llama surrealismo, sino fraude.

La población que acampa a lo largo de los ocho kilómetros del Paseo de la Reforma y el zócalo, exigiendo un recuento “voto por voto, casilla por casilla”, no es fundamentalmente perredista. La llamada Coalición por el Bien de Todos que se mantiene en clara resistencia pacífica, son los pobres, los olvidados de la historia que desde hace más de cinco siglos han visto cómo su país se construye sin contar con ellos. Y pese a su histórica y cruel marginación, los manifestantes cantan y bailan y soportan lo insoportable. Y se mantienen en sus campamentos bajo las tormentas que desde hace varias semanas azotan a la ciudad de México. Y hasta los policías encargados de mantener el orden en la vía pública, que sin lugar a dudas forman parte de ese pueblo olvidado, cantan discretamente al ritmo del son jarocho que interpretan los músicos que desde Tlacotalpan, Veracruz, han llegado a la capital para sumarse a la movilización.

El paisaje de la ciudad más grande del mundo ha sido siempre de fuertes contrastes; sin embargo, no deja de sorprendernos, incluso a los mexicanos, que hoy, en el afrancesado Paseo de la Reforma, construido durante el Porfiriato, frente a los lujosos rascacielos de arquitectura monumental, sedes de las grandes empresas nacionales e internacionales, hoteles, bancos y restaurantes, se desplieguen miles de tiendas de campaña, colchones en el pavimento, anafres con comida y ataúdes que, además de servir para denunciar la muerte de la democracia, permiten que algunos manifestantes descansen por la noche y se resguarden de la lluvia.

Por las aceras se extienden los manifiestos de cientos de escritores, artistas y caricaturistas que se han sumado al plantón, y junto a ellos miles de carteles caseros que manifiestan en distintos lenguajes su cansancio y su rabia. En varias pancartas puede leerse la vieja consigna de “no pasarán”.

Las letras de música se improvisan en cada esquina, el corrido de Andrés Manuel López Obrador, el rap de las elecciones y hasta la grabación del carrito que vende tamales oaxaqueños ha sido adaptada para denunciar el fraude: hay tamales foxaqueños, rellenos de mentiras y también de corrupción.

Mientras los conservadores panistas se dan cita en la catedral metropolitana para “orar por la paz en México”, el pueblo en resistencia pacífica les recuerda que dios está con los pobres. ¡Cuán perverso puede llegar a ser el lenguaje político! La derecha, vestida de blanco, se manifiesta por la paz, se declara contra la violencia y se enlaza de las manos para impedir la entrada de la coalición a la catedral. ¿Hay acto más violento que éste? Calderón, durante toda su campaña política, no se acordó de que en México hay pobres. ¿Hay olvido más violento que éste?

Y para más violencia, ignorando lo que pasa en las calles, las decisiones políticas, como siempre, siguen su curso. No se hizo el recuento total de votos que, sin lugar a dudas, habría sido la solución más democrática, porque, como decía la conservadora clase media mexicana, “les das la mano y te arrancan el brazo”. Las irregularidades del recuento parcial se han explicado como errores humanos, y la resistencia pacífica como artificio de un hombre empeñado en llegar a la presidencia. La prensa internacional ha reconocido la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que le da el triunfo a Calderón, aunque el pueblo de México no confíe en la imparcialidad de dicho tribunal.

Para muchos mexicanos, López Obrador no era el candidato más atractivo de la izquierda, pero a fin de cuentas sí el único que incluyera en su proyecto políticas favorables para la mayoría de la población, como el no a la privatización del petróleo, de la educación y de la industria eléctrica.

¿Se puede considerar como agitador, manipulador e irresponsable a un candidato a la presidencia que no olvidó las necesidades de millones de mexicanos que han puesto sus esperanzas en él? ¿Se puede construir una democracia si los ciudadanos no creen en sus instituciones? ¿Es una necedad que un amplio sector de la población no acepte la resolución del tribunal electoral en el que no confían? La situación es realmente difícil, y promete complicarse aun más. Pero os aseguro que esto no es surrealismo, y que está a la mano de cualquier europeo comprender quiénes son en esta historia los verdaderos enemigos de la democracia.

* Universitat Ramon Llull, de Barcelona. Publicado originalmente en El Punt.

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