martes, septiembre 04, 2007

De la senadora Rosario Ibarra...


Soldados pobres, ¡pobres soldados!
Rosario Ibarra
4 de septiembre de 2007

El domingo temprano salimos rum-bo a Chilpancingo. Ese día, 2 de septiembre, se cumplían 33 años del secuestro y desaparición del maestro Jacob Nájera Hernández, esposo de mi entrañable amiga Celia Piedra, a quien por tener el mismo apellido de mi esposo en aquellas tierras tan distantes de Monterrey, San Jerónimo de Juárez, Guerrero, sin conocerla, fue a la primera que quise llamar para formar en 1977 el Comité de Familiares de Presos y Desaparecidos Políticos.

Fuimos 15 integrantes de nuestra organización; 10 iban en carros y el resto en autobús. Se llevaría a cabo un acto en la plaza principal de Chilpancingo, que tiene por nombre Primer Congreso de América. Puntuales todos, cubrimos el quiosco de mantas en reclamo de justicia para todos los desaparecidos en ese estado en tiempos de Echeverría y de todos los demás presidentes; repartimos nuestro periódico ¡Eureka! y el mitin empezó.

Hubo muchos oradores. Reclamos del pasado y también del presente, pues siguen las desapariciones en ese estado suriano. Solidarios que son los compañeros, también exigían la libertad incondicional de los dos integrantes del EPR que fueron secuestrados al parecer por el Ejército o por la Policía Federal Preventiva, que como antaño con los nuestros, violando preceptos constitucionales, se empecinan en negar su cautiverio.

Se presentaron también a hacer reclamos a la Junta de Conciliación y Arbitraje trabajadores del INEGI, que tienen nueve meses de estar en “plantón indefinido y pacífico”, en las afueras de su centro de trabajo, ya que tienen —dijeron— siete años de luchar por lograr justicia laboral y que no han encontrado eco.

Hubo muchos testimonios de detenciones del pasado, de cuando Rubén Figueroa era gobernador, que “por suerte” —decían— fueron liberados. Ellos vieron con vida a muchos compañeros que aún continúan en calidad de desaparecidos y se rubricó el acto con el grito de muchas voces, fuerte, estentóreo, categórico: “¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!”.

Después, bajo una lluvia menuda caminamos no lejos, hasta la calle Miguel Alemán, a la que rebautizamos con el nombre de Jacob Nájera Hernández, mientras aquí en el DF, a la misma hora se suprimía el nombre de la calle Gustavo Díaz Ordaz, para llamarla Epifanio Avilés Rojas, primer desaparecido de nuestra lista, que fue secuestrado por dos militares el 18 de mayo de 1969, en Coyuca de Catalán, Gro.

Celia y su familia nos invitaron a comer pozole, y mientras íbamos hacia su casa, vimos soldados y más soldados, “guachos”, como les llaman allá. Regresamos con un bagaje de denuncias de nuevas violaciones a los derechos humanos y fortalecidos los deseos de seguir luchando hasta cambiarlo todo.

A duras penas alcanzamos un autobús a las 4 con nueve minutos. No era de los de lujo, llamados pomposamente “ejecutivos”; era más bien de los más modestos. Lleno, solamente quedaban los dos últimos lugares en el lado derecho y allí nos acomodamos Lety Tecla y yo. Cansadas y con sueño porque habíamos madrugado, no tardamos en dormirnos, pero más o menos a la altura del kilómetro 118 de “chilpo” para acá, el camión se detuvo en un retén, y dos soldados subieron a ordenar que todo mundo se bajara. Iban a “inspeccionar” personas y equipaje para ver si llevábamos armas o explosivos.

A punto de ponernos de pie para salir, el más joven nos dijo: “Ustedes, no, solamente enséñenme sus bolsas de mano”, y con una sonrisa amable, como la de mucha gente buena de allá, se despidió diciendo “perdonen la molestia”... Probablemente nos vio viejitas. El caso es que desde nuestros asientos podíamos ver lo que pasaba afuera.

Apilaron en una banca destartalada el modesto equipaje de los viajeros y, veliz por veliz y bolsa por bolsa, fueron esculcando en las pertenencias de todos, que mostraban gestos de disgusto unos y otros de resignación. Observé a los soldados... sus uniformes eran viejos, de colores desvaídos, y sus cascos mostraban roturas y desgaste de mucho tiempo. Tan distintos los pobres de los que rodean al señor que dice que es Presidente de México.

La falta de trabajo empuja a muchos jóvenes bondadosos como esos dos a entrar al Ejército, pero pronto ven que allí también hay diferencias y que a unos los tratan bien y a otros mal, y éstos, los pobres, los mal vestidos, son parte del pueblo, y aunque uniformados, también son explotados... Soldados pobres...

¡Pobres soldados!

Dirigente del comité ¡Eureka!

Mensaje de sta semana