jueves, mayo 15, 2008

DEL BLOG CNDP-JE

REPRODUCIMOS UNA EXCELENTE SERIE DE REPORTES SOBRE LA LUCHA DEL MAGISTERIO EN 1958, EN SU DÍA FELICIDADES A LOS MAESTROS, AQUELLOS (LOS DEL 58) SÍ ERAN REALMENTE APOSTOLES DE LA EDUCACION, NO COMO MUCHOS QUE EN LA ACTUALIDAD SE DEJAN ROBAR, UTILIZAR, MANIPULAR Y "MAIZEAR" POR LA MAFIA DE LA GORDILLO A CAMBIO DE UNA PLAZA MAL PAGADA:

Tanalís Padilla*

Othón Salazar: la dignidad revolucionaria

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Ampliar la imagen El movimiento magisterial exigía el reconocimiento de sus representantes sindicales seccionales encabezados por Othón Salazar, quien fue sometido a violentos interrogatorios y encarcelado El movimiento magisterial exigía el reconocimiento de sus representantes sindicales seccionales encabezados por Othón Salazar, quien fue sometido a violentos interrogatorios y encarcelado

Ampliar la imagen Muchos de los dirigentes de la lucha fueron incorruptibles. Resistieron amenazas, intentos de soborno, palizas y hasta la cárcel Muchos de los dirigentes de la lucha fueron incorruptibles. Resistieron amenazas, intentos de soborno, palizas y hasta la cárcel

Ampliar la imagen El Movimiento Revolucionario del Magisterio realizó tres congresos Congresos de Masas y marchas multitudinarias El Movimiento Revolucionario del Magisterio realizó tres congresos Congresos de Masas y marchas multitudinarias

A sus casi 84 años de edad Othón Salazar se sigue expresando con la tonalidad de un gran orador. Sus palabras son precisas y en ellas se vislumbra esa preocupación social que tanto se le impregnó al magisterio durante el cardenismo. Desde muy joven Othón cultivó su habilidad como orador. Solo, se ponía a practicar en el campo. “Yo me fijaba que no hubiera nadie –relata–, pero una vez estaba un campesino escondido y escuchó el discurso y cuando yo terminé salió y me dijo ‘le sale bien’.” Othón, como otros líderes populares, encarna un proceso social más amplio y su lucha al frente de los maestros fue un importante ejemplo de la defensa de los logros revolucionarios que, a través del siglo XX, se seguiría dando en México.

Hijo de padre panadero y madre campesina, Othón tuvo que trabajar desde muy chico. De niño salía a cortar leña a las tres de la madrugada. En la oscuridad le era difícil distinguir entre las ramas secas y las verdes, pero para el amanecer tenía que llegar a su casa con un tercio de leña. De allí se iba a la escuela. “Quizás por eso –reflexiona– la escuela fue para mí algo que sin que nadie me dijera nada yo sentía la necesidad de aprovechar cuanto se pudiera.”

Othón llegó a la normal de Oaxtepec en 1942. Allí, “los maestros veían los últimos relámpagos de la revolución. Eran maestros y maestras todos con inquietudes sociales”.

Cursó sólo el primer año en Oaxtepec. El segundo lo hizo en Ayotzinapa y el tercero en la Escuela Nacional de Maestros. Después ingresó a la Normal Superior, donde estudió cuatro años, especializándose en ciencias sociales para la enseñanza del civismo. En 1954 sería importante dirigente de la primera huelga de la Normal Superior.

Cuando, en 1956, los líderes oficiales del SNTE negociaron un incremento salarial que no llegaba ni a la mitad de la demanda inicial, Othón decidió convocar a un mitin de protesta. Poco después, una asamblea independiente lo eligió representante, formando las bases para el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) que se constituiría a finales de 1957 y cuya presencia en las escuelas primarias del Distrito Federal se iría expandiendo. En el siguiente año el MRM estaría al frente de una de las luchas magisteriales más importantes. Las movilizaciones a las que convocaba eran atendidas por un amplio sector social, y el gobierno, al reprimirlas, como hizo con la marcha del 12 de abril de 1958, fomentaba un descontento social que llevaba años gestándose. Mientras las autoridades rehusaban reconocer al MRM, éste tenía cada vez más capacidad de convocatoria y el 30 de abril los maestros tomaron las oficinas de la SEP y obligando al gobierno a negociar.

En agosto, en un congreso paralelo, los maestros de la ciudad de México eligieron a Othón como su legítimo representante, pero ante este gesto de autonomía sindical, la posición del gobierno se fue endureciendo. La manifestación del 8 de septiembre fue reprimida, y Othón, aprehendido. Las autoridades llegaron temprano a su casa, lo amarraron y lo vendaron. Lo sometieron después a violentos interrogatorios y le exigieron que confesara cuántos rublos recibía de la Unión Soviética. Lo mantuvieron secuestrado nueve días antes de procesarlo. Acusado de disolución social, fue encerrado en Lecumberri, pero, gracias a las grandes movilizaciones por su libertad, permaneció allí sólo tres meses.

Efervescencia laboral

El año de 1958 fue de gran efervescencia laboral y los maestros del MRM estuvieron entre sus principales protagonistas. Ese mismo año las movilizaciones de los telegrafistas, petroleros y ferrocarrileros conmovieron al país. Las luchas tenían sus orígenes en demandas económicas, pero su aspiración por la democracia sindical tenía implicaciones mucho más amplias, que sacudirían las estructuras mismas del PRI. A una década del charrazo y en pleno milagro mexicano, los trabajadores mostraban con su inconformidad las condiciones laborales que las estadísticas del milagroso crecimiento económico ocultaban. Su presencia desmentía otro mito, el de la llamada paxpriísta. La represión del gobierno sería un presagio de la brutalidad oficial que se cometería 10 años después en la plaza de Tlatelolco.

Con mano dura el gobierno lograría derrotar estos movimientos que se proponían democratizar al sistema. Pero no pudo silenciar a los participantes, que seguían empeñados en mantener vivas las causas populares. Othón continuaría su lucha en el magisterio y en 1960 participaría en otra huelga en la Escuela Nacional de Maestros. Pero esta toma de la normal por la corriente democrática de la sección 9 del SNTE fue reprimida y en represalia Othón fue cesado, una condición que padece hasta el presente. Desde entonces ha vivido una situación económica precaria, agraviada ahora por su avanzada edad. Sin embargo, sigue regresando a Alcozauca, su natal pueblo en Guerrero, y recorre la región de la Montaña escuchando y asesorando a los que allí se organizan.

De las filas de los normalistas han salido un notable número de luchadores sociales, importante indicio del poder que tiene la educación para crear conciencia. Junto con el reparto agrario, los derechos laborales, y la afirmación que las riquezas del subsuelo eran propiedad de la nación, el proyecto educativo fue uno de los más importantes legados de la revolución. Ante gobernantes que se han propuesto desmantelar estas conquistas revolucionarias, han salido a las calles aquellos que no se resignan ante justificaciones indignas. Othón Salazar es un símbolo de este proceso y su ejemplo un caso de la dignidad revolucionaria que, por más que los gobernantes han querido tratar de ignorar o reprimir, sigue recorriendo el territorio mexicano.

*Profesora del Dartmouth College. Su libro Rural resistance in the land of Zapata: the jaramillista movement and the myth of the paxpriísta, 1940-1962, publicado por Duke University Press, aparecerá el próximo octubre

Luis Hernández Navarro

La exaltación

Ampliar la imagen En agosto de 1958 la confluencia de situaciones, como la necesidad de los estudiantes de Derecho de la UNAM por ocupar un lugar en la sociedad de alumnos, el alza de tarifas de transporte en Monterrey y el descontento de camioneros y maestros con profundas raíces sociales dio origen a un movimiento que, aunque apenas duró dos semanas, convocó a miles de personas a diferentes mítines, la salida del Ejército a las calles y la intervención directa del entonces presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines. La imagen muestra una de las manifestaciones de protesta típicas de esta movilización: secuestro y quema de autobuses de transporte público, en el Monumento a la Revolución En agosto de 1958 la confluencia de situaciones, como la necesidad de los estudiantes de Derecho de la UNAM por ocupar un lugar en la sociedad de alumnos, el alza de tarifas de transporte en Monterrey y el descontento de camioneros y maestros con profundas raíces sociales dio origen a un movimiento que, aunque apenas duró dos semanas, convocó a miles de personas a diferentes mítines, la salida del Ejército a las calles y la intervención directa del entonces presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines. La imagen muestra una de las manifestaciones de protesta típicas de esta movilización: secuestro y quema de autobuses de transporte público, en el Monumento a la Revolución Foto: Rodrigo Moya

Ampliar la imagen Último mitin realizado en el Zócalo, donde los comisionados enviados a negociar el pliego petitorio con Ruiz Cortines dieron el resumen de las pláticas, a lo que la concurrencia contestó con abucheos y acusaciones de traición. En esta asamblea, entre recriminaciones y deslindes, se acordó dar por terminadas las movilizaciones el 2 de septiembre Último mitin realizado en el Zócalo, donde los comisionados enviados a negociar el pliego petitorio con Ruiz Cortines dieron el resumen de las pláticas, a lo que la concurrencia contestó con abucheos y acusaciones de traición. En esta asamblea, entre recriminaciones y deslindes, se acordó dar por terminadas las movilizaciones el 2 de septiembre Foto: Rodrigo Moya

Duró apenas poco más de un par de semanas de 1958. Explotó en escasos 11 días. El movimiento estudiantil contra el incremento en la tarifa de los pasajes del transporte urbano inauguró un ciclo de movilizaciones estudiantiles de masas donde la izquierda tendría amplia ascendencia.

La protesta juvenil prendió tan rápidamente porque estaba alimentada por las llamas del descontento obrero y magisterial. Al reventar, calentó aún más la atmósfera política. Polvorín inadvertido que estalló a finales de agosto –a unos cuantos días del último Informe Presidencial de Adolfo Ruiz Cortines–, tomó por sorpresa a una clase política arrinconada por una vigorosa insurgencia obrera.

En el hervidero de la inconformidad social de aquellos días el movimiento fue expresión del malestar que vivían los estudiantes y sus familiares ante el incremento en el costo de la vida. Alejado de las demandas sectoriales, dio cauce a un hartazgo social acumulado. “La ambición desmedida del pulpo camionero lesiona la economía popular”, decían las mantas que sacaron a las calles quienes protestaron en aquellas jornadas.

La protesta prende cuando un grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), provenientes del interior del país, deciden buscar una causa justa que enarbolar para potenciarse en la disputa por la dirección de la sociedad de alumnos. Teniendo como referencia el descontento existente en la ciudad de Monterrey, por el aumento en el precio de los pasajes del transporte público, y el rumor de que una medida similar era inminente en la ciudad de México, deciden convocar a la movilización contra el alza. Su convocatoria encuentra eco rápidamente y desborda sus intenciones originales.

Desde hacía casi un año antes, la Alianza de Camioneros de México, que agrupaba 96 líneas de camiones urbanos, había demandado al gobierno de la ciudad de México aumentar las tarifas. La solicitud había provocado un malestar difuso entre la población capitalina y había prendido las luces de alarma. (José René Rivas Ontiveros. La izquierda estudiantil en la UNAM)

La preocupación se hizo más tangible cuando, a finales de julio de 1958, la Comisión de Transporte del Distrito Federal presentó un dictamen en el que recomendaba subir el salario de los choferes, mejorar sus condiciones laborales y autorizar un incremento de 10 centavos en el pago de los pasajes. El 11 de agosto, el gobierno del Distrito Federal aprobó el aumento.

El 22 de agosto, las protestas universitarias comienzan. Un grupo de jóvenes estudiantes se dirige a la terminal de la línea de autobuses Villa Obregón-Bellas Artes para hacer un mitin. Choferes y cuidadores los recibieron con palos. Horas después los estudiantes regresan, prenden fuego a las instalaciones y secuestran autobuses. Por toda la ciudad se suceden tomas de camiones y enfrentamientos.

Esa misma mañana frente a la Facultad de Derecho, Carlos Ortiz Tejeda, estudiante de leyes proveniente de Coahuila, que muy pronto destacaría como uno de los dirigentes del movimiento, se puso frente al autobús de línea que a toda velocidad avanzaba por la calzada universitaria para obligarlo a detenerse. El camión era conducido por un joven que, en lugar de frenar, aceleró más. Seguro de que el chofer iba a frenar, Ortiz Tejeda no se movió de su sitio, hasta que Alfredo V. Bonfil –quien, años después, ya como dirigente de la Conferderación Nacional Campesina, moriría en 1971 en un accidente de avión nunca esclarecido– se lanzó sobre él para evitar que fuera arrollado. Ortiz Tejeda resultó ileso, y Bonfil herido. La noticia del accidente se esparció y provocó que los ánimos se encendieran aún más. La universidad estaba prácticamente parada.

En días siguientes ocurrieron más secuestros de camiones. Los estudiantes llegaron a tener más de 300 unidades. Se apoderaron de Radio Universidad. El 23, a bordo de los autobuses retenidos, centenares de universitarios, en medio de una gran algarabía, se trasladaron al Zócalo para realizar un mitin. Al movimiento se sumaron politécnicos y normalistas. Juntos formaron, días más tarde, la Alianza Tripartita. Varios choferes se solidarizaron con el movimiento.

El Ejército salió a las calles y se instalaron retenes militares en las inmediaciones de los centros educativos. Las autoridades capitalinas advirtieron que pondrían orden. El rector Nabor Carrillo reconoció que el conflicto tenía profundas raíces sociales.

El 25 de agosto, bajo el influjo del movimiento de los maestros de primaria del Distrito Federal, un grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho forma la Gran Comisión Estudiantil (GCE), para evitar que las organizaciones existentes se montaran y dirigieran la lucha.

La GCE formuló un pliego petitorio de cinco puntos: abolición del monopolio camionero, expropiación de las líneas de autobuses por causa de utilidad pública, condiciones favorables para los trabajadores del volante, mejoramiento del servicio sin aumento de tarifas y libertad inmediata de los detenidos, así como el retiro del Ejército de las calles.

El martes 26 se realizó una nueva manifestación desde el Monumento de la Revolución al Zócalo, a la que asistieron muchos contingentes obreros. Ese mismo día, integrantes de la GCE se entrevistaron con Benito Coquet, secretario de la Presidencia, para informarle sus demandas.

Un día después, la Secretaría de la Presidencia entregó la respuesta a una comisión estudiantil. En el documento se respondió que: a) se suspendía temporalmente el aumento de tarifas autorizado; b) se ponía en ejecución el plan para un mejor servicio de transporte para los estudiantes, y c) se ampliaba la Comisión de Transportes del Distrito Federal con representantes de otros sectores sociales. La asamblea universitaria rechazó la posición gubernamental.

El 30 de agosto, un día antes del Informe presidencial, se efectuó la última manifestación convocada por la GCE. Miles de personas tomaron nuevamente las calles.

Una comisión asistió con el presidente. Seductor, Ruiz Cortines pidió a los militares que lo resguardaban y a su equipo de seguridad que salieran. Ante la preocupación de los mandos, preguntó: “¿con quién puede estar más seguro el presidente si no es con los jóvenes?”

Cuando el representante estudiantil, acostumbrado a recitar los poemas de la época, leyó con voz rimbombante el pliego petitorio, el mandatario le dijo: “¡Parece usted declamador!” Y cuando al dar respuesta a las demandas Carlos Ortiz Tejeda le insistió en la salida inmediata del Ejército de todas las instituciones superiores de educación pública, el jefe del Ejecutivo le reviró: “¿También de la Escuela Superior de Guerra?”

Finalmente, Ruiz Cortines respondió a las cinco demandas estudiantiles señalando que: a) se suspendía el aumento autorizado a las tarifas; b) se analizarían las condiciones de trabajo de los trabajadores del volante, para corregir las deficiencias que pudieran existir; c) se harían propuestas de métodos para brindar una prestación eficaz del servicio; d) se liberarían a estudiantes detenidos, en caso de haberlos, y c) se retirarían las fuerzas de seguridad del orden público que custodiaban las instituciones de cultura superior.

Cuando los comisionados se trasladaron al Zócalo a informar de la plática, la multitud los abucheó y los acusó de vendidos y traidores.

Finalmente, entre divisiones, acusaciones, deslindes y reproches, el movimiento acordó dar por terminadas las movilizaciones el 2 de septiembre.

Rodrigo Moya

El poder de la fotografía contra el olvido

Ampliar la imagen Los protagonistas se cansaron de ser apóstoles, pero no de ser luchadores sociales Los protagonistas se cansaron de ser apóstoles, pero no de ser luchadores sociales

Imposible en esta crónica, más memoriosa que periodística, recordar fechas y nombres exactos, los que en otras páginas de esta edición están precisados por mejores colegas y por quienes vivieron aquellos años de rebelión, cárceles, transas y traiciones desde un bando u otro, o a brincos entre ambos… Lo que me resulta emocionante pasados 50 años, es revisar las imágenes que tomé como fotógrafo de la revista Impacto. Como cualquier publicación de aquella época, esa revista en que ejercí el oficio de reportero gráfico –aunque todavía no nos llamaban así–, participaba en la tómbola de premios, dádivas, privilegios, exenciones y torrentosa publicidad política a tanto la página. Por tanto, no se publicaba nada que pusiera en riesgo aquel maná caído del cielo priísta y, como decía el mandamiento único del uso de la prensa en aquél entonces: se puede criticar a cualquiera, menos al señor Presidente, al Ejército Nacional, y a la virgencita de Guadalupe. Y dado que esta Santísima Trinidad estaba, como suele aún estar, en todas partes, y dado que los santos o mandos menores esparcían a manos llenas las dádivas ya mencionadas, el margen para la denuncia, la protesta y el análisis periodístico quedaba en chistes sesgados y complicadas lecturas entre líneas.

El momento de Impacto

Si Impacto publicó algo sobre la revuelta de los maestros, fue por varias razones que la evolución de la lucha magisterial y la presión del gobierno fueron borrando de sus páginas. En primer lugar, la astucia y el colmillo periodístico de su mítico director, Regino Hernández Llergo, que estiraba la noticia o la crítica hasta donde la cuerda estuviera a punto de romperse. En segundo, porque en el seno del Estado mexicano se manifestaban las primeras tensiones entre la inercia histórica del cardenismo y la naciente derecha política, ya desde entonces incrustada en el PRI, que a cualquier costo estaba dispuesta a impedir que México diera un paso fuera de la alianza con Estados Unidos dentro del fragor de la guerra fría; y en tercero y tal vez último lugar, la presencia del joven periodista Alberto Domingo, fallecido el año pasado, quien iniciaba en Impacto una carrera periodística que al principio se distinguió por su apego a las causas democráticas, y que continuaría después por varias décadas en la revista Siempre como secretario de redacción. La esposa de Alberto era una activa maestra militante en la lucha de los maestros y, por la simpatía que don Regino le profesaba a Goyo, –como todos le decíamos a Domingo–, fue que en los primeros pasos de la lucha magisterial, allá por 1956, Impacto desplegó algunos aspectos de las luchas magisteriales por la democracia sindical.

El destino de aquellos negativos

A mis veintidós años, fogueándome simultáneamente en la percepción social y en aquél emocionante y mal pagado oficio de fotógrafo de prensa, mi amistad con Alberto Domingo me abrió las puertas para acompañar a los maestros en sus luchas, lo mismo que a los estudiantes en sus primeras reivindicaciones históricas de dos años después, en 1958. El historiador Alberto del Castillo Troncoso, del Instituto Mora, ha seguido desde hace años las huellas de los movimientos estudiantiles a través de un minucioso análisis de todos los periódicos de la época; con la peculiaridad de que Del Castillo ha orientado su investigación hacia los contenidos gráficos que subrayaban, ocultaban o deformaban los hechos que culminarían en Tlaltelolco en 1968. Y entre su voluminosa información sobre la fotografía de aquellos años, Del Castillo rastreó reportajes ampliamente desplegados por Regino Hernández Llergo, al estilo de Life y Paris Match, donde Alberto Domingo y yo hacíamos pareja entusiasta y abnegada para cubrir aquellos hechos, que el resto de la prensa ignoraba.

Esas imágenes estaban perdidas en mi memoria. No así las de los hechos de 1958, cuyos negativos, a cincuenta años de procesados, se mantienen en perfecto estado y me han permitido imprimir, con la técnica clásica, algunas de las imágenes que vemos ahora en La Jornada. En la medida que la inconformidad de los maestros de primaria evolucionó políticamente y se convirtió en el Movimiento Revolucionario del Magisterio, MRM, Impacto tomó su asiento en el coro de la lucha antidemocrática, y bien pronto los artículos de Alberto Domingo, así como mis imágenes, desaparecieron de sus páginas. Pero en esos años de luchas, marchas, plantones, y al final gases lacrimógenos, macanas y la utilización del absurdo delito de “disolución social” para encarcelar a los mejores dirigentes, fui aprendiendo qué materiales entregar a la dirección del periódico, y cuáles ir amontonando en un caótico archivo personal que hasta hace pocos años empecé a rescatar.

¡Prensa vendida, prensa vendida, prensa…!

Uno de los momentos culminantes de la lucha del MRM fue la toma del edificio de la Secretaría de Educación Pública, el 30 de abril de 1958. Los maestros se posesionaron del recinto hasta principios de junio, cuando al fin el gobierno negoció y reconoció una directiva que después sería depuesta y perseguida. La consigna de ¡prensa vendida! había cundido y se aplicaba con rigor extremo hacia los fotógrafos, que eran rechazados en asambleas internas y aun en las manifestaciones. Pronto los propios fotógrafos aprendieron que no tenía caso seguir en detalle un mitin o una manifestación si por una parte eran abucheados y por la otra en sus respectivos periódicos no les publicaban gran cosa, o cuando lo hacían era con pies de foto que desvirtuaban groseramente las imágenes y los hechos. De allí que a lo largo de una manifestación de miles de maestros, petroleros, ferrocarrileros o telegrafistas, los fotógrafos aparecían al principio de la marcha, y desaparecían con la luz o inmediatamente luego de tomar la foto de rigor. De allí también que cuando la represión empezó a funcionar, en 1958, los fotógrafos de prensa operaran siempre del lado de los represores, a sabiendas de que algo se publicaría siempre y cuando hubiera sangre, llamas o macanazos, pero siempre con los textos adecuados para llamar comunistas a los golpeados y guardianes del orden a los granaderos. Gracias a aquellos artículos de Alberto Domingo, fui el único fotógrafo al que los maestros que tomaron la SEP le permitieron el paso. En la entrada del edificio neoclásico de la calle de Argentina los profesores de primaria cuidaban que la prensa no tuviera acceso a las guardias y a la asamblea permanente que dirigió Otón Salazar, Encarnación Pérez y otros destacados líderes que terminarían después con sus huesos en la cárcel.

Los viejos y resistentes negativos

Como Impacto se imprimía en rotograbado, la base para formar las páginas en las mesas de luz –qué hermosos tiempos artesanales de aquellas carrozas periodísticas y fotográficas– eran los negativos ampliados a positivo transparente en el tamaño necesario. Entonces se entregaban a la dirección copias en papel fotográfico y los negativos en 35m o 6x6 cm. El que quería, recuperaba sus negativos. Si no, se iban al archivo de la revista. Otros eran negociados por la propia dirección o los publicistas “de la fuente”. Otros se tiraban. Los fotógrafos en Impacto y otras revistas no tenían conciencia del valor de los negativos. Los dejaban en manos de cualquier archivista. Pero cuando don Regino empezó a escamotearme la recuperación de negativos que hablaban de represión, manifestaciones, arengas, elecciones y disturbios que ya no merecían espacio alguno en la revista, empecé a valorar sus contenidos históricos, y a conservarlos. Hoy, cincuenta años después, mi homenaje personal a aquellos luchadores ya desaparecidos o acallados es entregar a La Jornada aquellas imágenes que en su tiempo no tuvieron cabida porque no agradaban a la Santísima Trinidad.

Luis Hernández Navarro

Los apóstoles se cansaron de serlo

Ampliar la imagen En no pocas ocasiones la fuerza pública macaneó, pateó y persiguió a los maestros y sus dirigentes En no pocas ocasiones la fuerza pública macaneó, pateó y persiguió a los maestros y sus dirigentes

Nombre de la obra: retrato de la familia política y sindical en Bellas Artes hace medio siglo. Fecha: 15 de mayo de 1958. Al centro se encuentra el presidente Adolfo Ruiz Cortines, en su último año de gobierno. Lo acompañan: Enrique W. Sánchez, secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Jesús Robles Martínez, Manuel Sánchez Vite (el Elba Esther Gordillo de la época) y el doctor Manuel Sandoval, subsecretario de Educación.

Celebran, como se hace cada año desde 1918, el Día del Maestro, porque, según se desprende del decreto firmado por el entonces presidente Venustiano Carranza, el maestro es “factor decisivo del progreso de la nación, forjador del alma nacional, por la educación que imparte a las masas”.

En la ceremonia oficial, el presidente Ruiz Cortines está muy molesto con los profesores de primaria del Distrito Federal. Desde el 16 de abril los mentores suspendieron labores, exigiendo un aumento salarial de 40 por ciento, y el reconocimiento de sus representantes sindicales seccionales encabezados por Othón Salazar, nombrados en un Congreso de Masas efectuado en el Rancho del Charro, año y medio antes. Y, desde el 30 de abril de 1958, realizan una asamblea permanente en las oficinas de la Secretaría de Educación Pública (SEP), que es un dechado de organización y disciplina.

Los mentores democráticos se rebelaron contra los pésimos salarios, las malas condiciones de trabajo, los materiales pedagógicos inservibles, los representantes sindicales espurios, las autoridades educativas despóticas e ineficientes, la ausencia de justicia. No querían seguir siendo los trabajadores abnegados a los que cada 15 de mayo se les rendía tributo verbal, pero que el resto del año debían aguantar todo tipo de maltratos. Por eso, desde el inicio de su protesta reivindicaron “una lucha frontal contra la condición de apóstoles, que se nos da para sumirnos cada día más en el hambre y la miseria”. (El Nacional, 26 de julio de 1956).

Pero en el Día del Maestro el mandatario está enfadado. Según la mitología oficial de la Revolución Mexicana los docentes deben ser servidores públicos capaces de sacrificar sus necesidades gremiales en función de los intereses nacionales, correas de transmisión de saberes estatales, semiprofesionistas leales con sus empleadores. Y así se lo dice en su discurso. “La tarea del maestro –afirma– entraña excepcionales responsabilidades ante sí mismo y ante la patria, que cada maestro en cualquier circunstancia debe enseñar invariablemente con su ejemplo, su esfuerzo y su interés por elevar sus virtudes ciudadanas y en mostrar su solidaria actuación con los intereses nacionales.”

Al regaño presidencial le siguió la concesión. Magnánimo, Ruiz Cortines anuncia, como ha sido costumbre hacerlo los Días del Maestro, un inminente aumento salarial a partir del primero de julio. Precavidos, los maestros mantuvieron la huelga hasta que el 3 de junio se hizo público el monto otorgado.

Entre Buenavista y la Plaza de Santo Domingo

El último año de gobierno de Adolfo Ruiz Cortines fue atravesado por un verdadero sismo social. Su epicentro se localizó entre Buenavista (sede central de los ferrocarrileros) y la Plaza de Santo Domingo (lugar en el que encontraban las oficinas de la SEP ocupadas por los maestros durante 37 días). En 1958 estalló por todo el país una oleada de luchas obreras, campesinas y estudiantiles independientes. Tuvieron como trasfondo un lento crecimiento económico, los efectos de la devaluación del peso de 1954 en los salarios, el empleo y la carestía; el aumento en los precios del transporte público en la ciudad de México, el estancamiento de la reforma agraria, y una burocracia sindical corrupta.

Durante 1957 y 1958 la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM) protagonizó grandes invasiones de tierras. En Sonora, Sinaloa, Baja California y la Comarca Lagunera persistían grandes latifundios que violaban las leyes agrarias y la Constitución. En esos estados, jornaleros agrícolas, aspirantes a braceros y solicitantes de tierras ocuparon miles de hectáreas. Aunque los dirigentes fueron encarcelados, Adolfo López Mateos, sucesor de Ruiz Cortines, se vio obligado a reanudar el reparto agrario.

En esos mismos años se suscitaron, también, importantes movimientos sindicales independientes entre telegrafistas, petroleros, ferrocarrileros y maestros que cuestionaron, temporalmente, el modelo de control gremial hegemónico en el país. La insurgencia sindical, particularmente entre los trabajadores del riel encabezados por Demetrio Vallejo, vivió entre 1958 y 1959, y hasta su decapitación, una primavera democrática sin continuidad. Su derrota sumió al movimiento obrero en un letargo del cual aún no sale.

Las protestas de los estudiantes de la UNAM contra el alza de las tarifas de los camiones urbanos capitalinos resultó ser, a decir de José René Rivas Ontiveros (La izquierda estudiantil en la UNAM), la primera gran movilización política estudiantil de masas en la historia de la Universidad Nacional, que inauguró una larga y fructífera etapa de luchas protagonizada por las fuerzas de izquierda.

El florecimiento de las luchas proletarias en plena guerra fría provocó que arreciaran los vientos anticomunistas que soplaban en el país. En una editorial del 2 de mayo de 1958, el periódico Excélsior advertía cómo “la agitación que promueven lidercillos que sirven a doctrinas ajenas a México resulta criminal”. Y El Universal reparaba en cómo “poco será necesario ahondar para llegar a las capas más oscuras, donde corren los veneros del comunismo, que alientan este sacudimiento social, que sus telúricas proporciones, lleva las más serias amenazas para el progreso de México”.

Desde el otro lado de las barricadas, un grupo de 13 importantes intelectuales y artistas, entre los que se encontraban Octavio Paz, Carlos Fuentes, Fernando Benítez y Carlos Pellicer, veía las cosas de otra manera. En un desplegado público sostenían: “Somos testigos de un movimiento obrero que desea la purificación del sindicalismo nacional y que repudia a los dirigentes que durante años han traicionado los fines que legitiman la asociación de los trabajadores, desviando la lucha obrera en su provecho y con propósitos personalistas”.

La primavera del consciente proletariado magisterial

Entre 1956 y 1960, el magisterio de educación primaria del Distrito Federal, perteneciente a la sección 9 del SNTE, protagonizó una de las más importantes movilizaciones gremiales en el país. Nacido desde las escuelas y agrupado desde 1957 en el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), realizó en tres ocasiones Congresos de Masas para nombrar a sus dirigentes, organizó marchas, tomó las oficinas de la SEP, luchó para que los dirigentes sindicales en funciones no ocuparan cargos de representación popular y arrancó indirectamente aumentos salariales para los trabajadores de la educación.

Su condición salarial era precaria. En un manifiesto publicado en 1958 así lo hicieron saber: “en julio de 1956 ganábamos 14 por ciento menos que en 1939, en tanto que en marzo de 1958 la diferencia es de más de treinta por ciento”.

Los maestros que protagonizaron el movimiento se politizaron rápidamente. “Los derechos no se exigen: se arrebatan”, decían. El gobierno puso su parte en esta radicalización. En no pocas ocasiones la fuerza pública los macaneó, pateó, persiguió y encarceló a sus dirigentes. El 6 de septiembre de 1959 la policía gaseó a los maestros en el Monumento a la Revolución, en el Hemiciclo a Juárez, en el Correo Central, en el Zócalo, en la Plaza de Santo Domingo, en la Plaza de Buenavista y, por si fuera poco, los persiguió hasta el local del sindicato del Ánfora, donde se habían refugiado, y los sacó a palos. ¿Cómo no se iban a politizar así?

Los líderes sindicales oficialistas del SNTE se encargaron del resto. Tenían a su disposición a pistoleros famosos como La Bruja y El Mago que acuchillaban a los activistas. Llegaban a las escuelas y, como escarmiento, golpeaban a los maestros democráticos.

El movimiento magisterial tuvo el mismo destino que los otros brotes de sindicalismo independiente. Sus dirigentes fueron desconocidos y varios de ellos tuvieron que pasar a la clandestinidad para no ser detenidos. La desmoralización de sus bases fue profunda.

Muchos de sus dirigentes fueron incorruptibles. Resistieron regaños, amenazas, intentos de soborno, palizas y cárceles. Nacidos de un potente movimiento de bases, soportaron todo tipo de adversidades mientras se mantuvieron cerca de él. Ése fue el caso de Jesús Ortega Macías, Rubelio Fernández y Othón Salazar.

Incansable, Jesús Ortega Macías cargó a cuestas la larga noche del reflujo de la lucha magisterial en las filas del MRM. Cuando en 1979 surgió la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) se ganó a pulso el reconocimiento de sus integrantes. Como maestro jubilado participó en sus luchas hasta que la muerte lo alcanzó.

A Rubelio Fernández, secretario general de Escuela Nacional de Maestros y activo militante del movimiento normalista, le dieron su plaza el 7 de junio de 1960. Trabajó tres meses y fue despedido. Nunca fue reinstalado. No obstante, se ha mantenido dentro de la lucha magisterial democrática y del movimiento popular a lo largo de su vida.

Othón Salazar fue cesado hace 48 años. Ni fue reinstalado ni recuperó su plaza de maestro. Estuvo en la cárcel y fue alcalde de su pueblo, Alcozauca, Guerrero. A punto de cumplir 84 años, enfermo de diabetes e hipertensión, sigue exigiendo que se le reinstale y participando en las mejores causas.

Jesús, Rubelio y Othón, como muchos otros integrantes de su generación, se cansaron de ser apóstoles, pero no de ser luchadores sociales. Con ellos, y con muchos más como ellos, hay una deuda profunda. En su persona –y en la de otros muchos– se resume una lección de dignidad, una hazaña democratizadora, una pedagogía cívica que hoy, a 50 años de aquellas jornadas de lucha, ha sido retomada por la CNTE.

Miguel Alemán, sobreviviente de la dinamita universitaria

Ampliar la imagen En agosto de 1960, la estatua de Miguel Alemán sobrevivió a dos ataques de dinamita provocados por estudiantes inconformes con la represión policiaca. El monumento sufrió otro atentado en 1966 y tuvo que ser cercado. Arriba, momento de uno de los ataques. La cámara captó los destellos de la explosión, que son las marcas blancas que atraviesan la imagen En agosto de 1960, la estatua de Miguel Alemán sobrevivió a dos ataques de dinamita provocados por estudiantes inconformes con la represión policiaca. El monumento sufrió otro atentado en 1966 y tuvo que ser cercado. Arriba, momento de uno de los ataques. La cámara captó los destellos de la explosión, que son las marcas blancas que atraviesan la imagen

El 10 de agosto de 1960 un grupo de jóvenes universitarios se concentró frente a la estatua de Miguel Alemán, en Ciudad Universitaria. El movimiento estudiantil se había radicalizado. Ferrocarrileros y maestros democráticos habían sido reprimidos. Dos manifestaciones habían sido prohibidas y disueltas con violencia policiaca. Un día antes, la policía judicial del Distrito Federal había detenido al pintor David Alfaro Siqueiros. Los muchachos que protestaban eran solidarios con el magisterio, exigían el cese a la represión y la liberación del muralista.

Un día después se volvieron a reunir en el mismo sitio para anunciar que, con o sin autorización, volverían a tomar las calles el 12 de agosto para expresar públicamente su inconformidad. Varios estudiantes lanzaron piedras contra la estatua de Miguel Alemán. Se rumoraba que el ex presidente era candidato a la rectoría de la UNAM en las elecciones de Consejo Universitario de febrero de 1961.

La manifestación del 12 no se efectuó. En cambio, se realizó un nuevo mitin. Allí se propuso y aprobó derrumbar el monumento a Miguel Alemán. De inmediato, unos 50 estudiantes excavaron la estatua y colocaron cartuchos de dinamita para lanzarla. La fortuna no les sonrió. Las cargas no explotaron.

La estatua tenía una altura de 7.50 metros. Había costado 409 mil pesos de la época. Era obra del escultor Ignacio Asúnsolo, quien la hizo mientras se edificaba Ciudad Universitaria, durante el gobierno de Miguel Alemán (1946-1952). En ella se representaba al entonces Presidente de la República de cuerpo entero. Fue inaugurada el 18 de noviembre de 1952.

El fracaso inicial no intimidó a los muchachos. En la madrugada del 14 de agosto, una docena de personas se trasladaron a la Universidad en cuatro automóviles e hicieron explotar nuevos cartuchos de dinamita para demoler la estatua. Sin embargo el Miguel Alemán de acero sobrevivió. El atentado logró abrirle un nada despreciable boquete, pero sobrevivieron la cabeza, los brazos y parte del tórax del ex mandatario.

El monumento fue restaurado. Durante años fue objetivo predilecto de la ira estaudiantil, una especie de Muro de las Lamentaciones. Para protegerlo debió ser cercado hasta que, en 1966, volvió a sufrir un atentado dinamitero más. Desaparecería entonces para ya no volver más al campus universitario.

■ Presentaron el catálogo de la exposición Memorial del 68, en el centro cultural Tlatelolco

“El régimen autoritario es ya inaceptable”, dijo Poniatowska

■ Persiste la exigencia de castigar a los autores de la represión estudiantil

■ La periodista, Álvarez Garín, Rolando Cordera y Carlos Monsiváis hicieron los recuentos nuevos y los de siempre

Arturo Jiménez

Ampliar la imagen Rolando Cordera, Elena Poniatowska, Raúl Álvarez Garín y Sealtiel Alatriste, antenoche, durante la presentación del catálogo Memorial del 68 Rolando Cordera, Elena Poniatowska, Raúl Álvarez Garín y Sealtiel Alatriste, antenoche, durante la presentación del catálogo Memorial del 68 Foto: Carlos Cisneros

Inquietante, la pregunta de Raúl Álvarez Garín recorrió el auditorio Alfonso García Robles del Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT): ¿puede repetirse una represión como la de octubre de 1968? Pero la respuesta inquietó aún más: sí. Aunque no tanto como su argumentación, en la que reiteró la crítica a la falta de voluntad de las autoridades para conocer la verdad, fincar responsabilidades penales, castigar a los culpables y acabar con la impunidad.

En ese sentido, y en otros, reflexionaron y criticaron y exigieron y recordaron e hicieron los recuentos nuevos y de siempre en torno a ese movimiento estudiantil: Elena Poniatowska, Rolando Cordera y Carlos Monsiváis –quien no pudo asistir a la presentación del catálogo de la amplia exposición Memorial del 68, pero mandó un texto–, moderados por Sealtiel Alatriste y con la presencia de Sergio Raúl Arroyo, director de ese centro cultural de la UNAM.

Álvarez Garín, integrante del Comité del 68, ex líder estudiantil para quien los problemas de aquella época siguen presentes en México, advirtió que en el país aún predomina la visión de que la violencia es “consustancial” a la política y alguien “tiene” que encargarse de la represión.

Y puso ejemplos diversos, como la forma en que detuvieron al dirigente Flavio Sosa, de la Asociación Popular de los Pueblos de Oaxaca, o la sensación de inseguridad y la posibilidad de traición que se infiere de la manera en que el gobierno federal pretende manejar el diálogo con el Ejército Popular Revolucionario.

Nuestra cultura política, dijo, está permeada por la inevitabilidad de la violencia, lo cual es un “problema cultural de fondo” y da la idea de que hay varios problemas pendientes, abiertos, como se plantea en algunos de los ensayos del catálogo, entre ellos el de Monsiváis y el de Roger Bartra.

Entre otras, Álvarez Garín trajo a cuenta discusiones como la del concepto de la “justicia transicional”, a la que en otros países se ha recurrido cuando no se ha logrado llegar a procesos de responsabilidad penal, como una manera de resarcir en lo moral y lo económico a las víctimas de crímenes.

Pero se preguntó: ¿eso es factible en México, con eso se sanarían las heridas? Y planteó si una opción así daría garantías suficientes de que una represión como la del 68 no volviera a repetirse.

También cuestionó la falta de seriedad en los procesos contra presuntos criminales y el proceder de magistrados, quienes aseguran que no han encontrado pruebas contra, por ejemplo, el ex presidente Luis Echeverría, quien se encuentra bajo arresto domiciliario.

De ahí, resumió Álvarez Garín, la importancia de la exposición y del catálogo Memorial del 68, pues ayudan mucho a la comprensión de todo esto.

¿Hoy como hace 40 años?

En ese sentido reflexionó Rolando Cordera, quien, avalado por aplausos, propuso continuar la confección del Memorial del 68 porque aún existía un “memorial de agravios”.

Se han fijado varias cosas, pero la angustia no ha sido resuelta, dijo, y luego cuestionó que el problema de las libertades políticas, que fue la causa del movimiento estudiantil, se haya querido resolver con medidas de política económica y social.

Y aunque ya se sabe que se trató de un “problema político y cultural de fondo” y algo se avanzó en 2000 con la alternancia, Cordera, como Álvarez Garín, también inquietó con una pregunta: ¿nos acercamos a momentos de decisión como hace 40 años?

Por ello, agregó, los gobernantes y los gobernados en México tenemos que seguir hablando del 68 “como algo presente”.

En el texto enviado por Carlos Monsiváis, que fue leído por Sergio Raúl Arroyo, director del CCUT, el escritor plantea que el movimiento estudiantil ya debía haberse incorporado a los libros de texto gratuitos para no escamotear la búsqueda de la democracia, y advirtió: “No se olvida el 2 de octubre pero, casi naturalmente, se difuminan sus causas y consecuencias”.

Y Monsiváis, quien considera que se han incumplido las esperanzas democráticas, hizo una crítica general a los partidos y, de algún modo, un recuento de los pendientes:

“En las últimas décadas, el PAN se ha exceptuado del debate sobre los significados del 68, conformándose con repetir obituarios dulzones, y el PRI, como si no le bastara su presente, habla ¡en 2007! contra el linchamiento histórico, con lo que, justamente, el acontecimiento queda en manos de la izquierda, de intención conmemorativa pero escasamente interpretativa.”

Más centrada en el valor tanto de la exposición como del catálogo, Elena Poniatowska dijo que se recogen las voces de 57 integrantes del movimiento estudiantil y que se trata de un proyecto del CCUT, la UNAM, la Secretaría de Cultura del Gobierno de la ciudad y la Editorial Turner.

Pero también sintetizó el pasado: “Memorial del 68 duele porque registra, evidencia, acusa y muestra la ingenuidad e indefensión de jóvenes idealistas”. Y el presente, en plena concordancia con el tono de los otros participantes:

“Hoy los hijos y los nietos de quienes vivieron el 68 mantienen encendida la flama. No hay que olvidar para que no vuelva a suceder. Conocer nuestra historia nos ayuda a saber adónde ir. El régimen autoritario es ya inaceptable”. Y al final: “El 68 nos hizo creer que otro México era posible, el México por el que todos luchamos ahora”.

Al término de la ceremonia varios adultos que hace 40 años eran jóvenes estudiantes, y que hoy todavía muchos participan en el Comité del 68, gritaron ¡goyas y huelums!

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