viernes, diciembre 15, 2006

Contracorriente


Carlos Figueroa Ibarra[1]
Pinochet y Calderón.
No se alarme el lector, no pretendo hacer una vulgar comparación entre un personaje propio de la época de las dictaduras militares y otro que pertenece al creciente autoritarismo que ha propiciado la crisis del neoliberalismo. Sin embargo, intentaré establecer algunas relaciones entre ambos personajes, ya que éstas no dejan de existir.
El general Augusto Pinochet Ugarte murió el domingo 10 de diciembre de 2006 al filo del medio día en su cama, anciano y decrépito. No lo hizo en medio de olor a santidad sino entre el tufo de sus crímenes y corrupciones. En efecto, no solamente fue un asesino sino también un ladrón como lo demuestran las millonarias cuentas en dólares que le fueron descubiertas a él y a sus familiares más cercanos. Los abogados defensores de los derechos humanos, entre los cuales se encuentra de manera muy destacada el militante comunista Eduardo Contreras, juraron que no dejarían en paz al ex dictador y que lo perseguirían hasta en su lecho de muerte. Al parecer han cumplido su palabra. El traidor de Allende murió en su cama, pero en el contexto de un arresto domiciliario y con varias demandas encima. Por lo menos ese consuelo nos queda a los que deploramos sus crímenes y su baja condición humana.
Según nos hemos informado por los medios de comunicación, la noticia de su muerte fue recibida con júbilo y protestas por parte del Chile que protesta y resiste al neoliberalismo y al olvido de la infamia. Ese Chile fue reprimido por las fuerzas de seguridad del gobierno de la socialista Bachelet. Sin embargo, la muerte del otrora dictador, también fue recibida con dolor por parte del Chile neoliberal y reaccionario que se encarna en una no despreciable parte de la sociedad chilena. He aquí uno de los puntos que hacen destacable al ex dictador Pinochet entre buena parte de sus colegas dictadores latinoamericanos. Augusto Pinochet encarnó una dictadura que contó con el apoyo de la derecha chilena, la cual capitalizó siempre una tercera parte de los votos. En un determinado momento, la dictadura pinochetista también fue avalada por la Democracia Cristiana, otra fuerza política que capitalizaba otro tercio de los votos en la época de la democracia liberal y representativa. El hecho de que la DC se fuera alejando de la dictadura, cuando se dio cuenta que el golpe pinochetista no solamente tenía un contenido anticomunista sino también pretensiones de continuidad, hizo que la dictadura chilena no tuviera los rasgos fascistas que muchos le endilgamos en la década de los setentas.
El fascismo definido sucintamente es un régimen reaccionario de masas. Es el uso reaccionario del terrorismo de estado que se asienta en una hegemonía profunda en el seno de la sociedad. Por ello mismo el fascismo es esencialmente totalitarismo. Ha habido dictaduras verdaderamente cruentas pero su brutalidad represiva no las convierte en fascistas. Para ello se necesita que el Estado hunda sus tentáculos en la sociedad civil y se la trague. La mayoría de las dictaduras latinoamericanas fueron terroristas pero no fueron fascistas, porque no lograron el consenso, la legitimación necesaria, para que se les calificara como tales.
En el México actual nos estamos enfrentado a un gobierno crecientemente autoritario. No es ninguna casualidad. Siempre que un Estado enfrenta a una creciente resistencia popular, esa violencia potencial de la que hablaba Max Weber se convierte en violencia en acto. Así las cosas, el creciente autoritarismo, el cada vez más desenfadado uso de la represión de los gobiernos de la derecha en México, son el reflejo invertido una creciente protesta popular que ha tenido los más diversos cauces. Al igual que cualquier régimen fascista, el gobierno calderonista está haciendo uso de la represión para frenar una avance popular. A diferencia del fascismo, lo hace en el contexto de una crisis de legitimidad derivada del fraude electoral y del conflicto que se observó en los meses posteriores al 2 de julio. Andrés Manuel López Obrador ya está hablando de una oligarquía neofascista cuando se refiere al grupo de los dueños del dinero y del poder, pero hasta donde tengo información una categoría como esa tiene que ser sólidamente fundamentada. El gobierno calderonista busca con desesperación construirse la legitimidad que le podría convertirlo en un fenómeno peligrosamente parecido al fascismo: el autoritarismo de masas. Sería esa voluntad y no lo que hasta ahora ha logrado construir estatalmente, lo que emparentaría con el fascismo al grupo que ha usurpado el poder político en México.
El curso de los acontecimientos en los próximos tiempos nos dirá si Calderón convierte a su gobierno en expresión de un autoritarismo de masas. Tiene a su favor la posibilidad de un uso clientelar de los recursos del Estado. Pero tiene en contra muchas cosas: el fundamentalismo reaccionario que lo rodea y que le puede impedir audacia en las medidas para coptar masas, el agotamiento del neoliberalismo como ideología exitosa derivado de su ineficiencia, la convicción en amplios sectores sociales de que su gobierno es el resultado de un fraude electoral.
Pero lo que será decisivo es que todos estos factores adversos para Calderón, se conviertan en una fuerza material encarnada en la resistencia y en la rebeldía.

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