martes, abril 17, 2007

OPINIÓN

El poder de las empresas y la usurpación de la nación

Wulfrano Torres Pérez*

En la sociedad de libre mercado, las empresas han logrado acumular un inmenso poder no sólo económico, sino también político, de manera que los gobiernos se han convertido en simples administradores a su servicio. De las 100 mayores economías mundiales, 51 son empresas y 49 estados nacionales. Los ingresos de Wal Mart sobrepasan los de la mayor parte de los estados del este y el centro de Europa. Son las grandes trasnacionales las que realmente gobiernan al mundo. La industria de la guerra, del petróleo, de los alimentos, de la tecnología, de los fármacos, así como la banca se han adueñado no sólo de la economía mundial, sino también de la naturaleza y de las personas.

En este proceso que Noreena Hertz (2002)1 llama la usurpación silenciosa, las empresas establecen las reglas del juego de la economía, a través de los organismos multilaterales (el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, entre otros) imponen sus políticas económicas y sociales a los países, y sus gobiernos se limitan a hacer cumplir esos mandatos que están diseñados para asegurar las mayores utilidades posibles y en abastecer a dichas empresas de infraestructura, servicios públicos, y mano de obra lo más barata posible.

En el modelo neoliberal del mundo globalizado, son irrelevantes los temas de la justicia, la cultura, los derechos laborales de los trabajadores, el ambiente, la preservación de los recursos estratégicos, el apoyo al campo, la educación y a la salud pública, la soberanía nacional, entre otros.

En nuestro país, las ganancias se privatizan, mientras que las deudas se socializan. La derecha representada por el PAN, en contubernio con los tecnócratas priistas, son los más fieles defensores de dichos intereses. Ahora nos enteramos de los privilegios fiscales de los que gozan las empresas más poderosas en nuestro país, nuestros impuestos van a parar al Fobaproa, al rescate carretero, a los exorbitantes salarios de los funcionarios, a financiar a los partidos políticos y a un Instituto Federal Electoral en descrédito, a jueces que no imparten justicia y el dinero de las pensiones a la bolsa de los banqueros.

¿Qué de moral, racional y legítimo tiene un sistema social que permite el enriquecimiento desmedido de unos cuantos a costa de la pobreza y explotación de la mayoría?; ¿cómo justificar que un mexicano promedio que trabaja por lo menos ocho horas diarias, no gana lo suficiente para satisfacer las necesidades básicas de su familia?; ¿cuáles han sido los logros para México de 30 años de neoliberalismo y obediencia ciega a los mandatos del FMI y el BM? O se les puede llamar logros al crecimiento cancerígeno de la deuda externa, a la grave depreciación de nuestra moneda, a los millones de mexicanos que emigran de su país, a los 50 millones de pobres, a los pocos ricos que aparecen en las listas pornofinancieras de Forbes, a los salarios de hambre de millones de trabajadores y al recorte en sus derechos laborales, a los graves resagos educativos y en salud de la población? ¿Por qué siendo el saldo tan negativo y poco promisorio para la mayoría de la población y de las próximas generaciones, se insiste en defender este sistema tan inmoral como injusto?; ¿a quién se beneficia con este mundo al revés?; ¿para eso elegimos a nuestros gobernantes?.

¿Qué sentido tiene una democracia tan costosa cuando sólo vota la mitad de la población y cuando el supuesto ganador obtiene un dudoso 30 por ciento de dichos votos?; ¿cuánto nos cuesta a los ciudadanos las campañas de los malos políticos y peores gobernantes?; ¿qué valor tiene la representación si, nuestros gobernantes obedecen, defienden y anteponen los intereses de las empresas al de sus ciudadanos?; ¿por qué ningún partido político se hace responsable de los malos y corruptos gobernantes que salieron de sus filas?; ¿por qué nos imponen candidatos ineptos, inexpertos, sin solvencia ética ni moral,?

El ejemplo más reciente y lamentable es Vicente Fox, un hombre tan ignorante e inepto como soberbio, bravucón y corrupto. La decepción con la que concluyó su mandato fue superior a la esperanza que generó su elección. ¿Qué tiene de democrático el uso ilegal del poder institucional para manipular el proceso electoral e imponer a su sucesor? Las imperfecciones de nuestra democracia hicieron posible tener un ex presidente que resultó ser un fraude y ahora tener un presidente que resultó de un fraude, sin ninguna experiencia previa de gobierno, que ni su propio partido lo considera idóneo para ocupar un cargo tan importante.

Sin embargo, cabe preguntarnos: ¿son realmente los del Prianal los que gobiernan el país?, ¿a cuántos, a parte de Fox y la maestra, les debe Calderón el estar en la presidencia?, ¿para quién tendrá que gobernar? Obviamente que no para los ciudadanos comunes y corrientes. El “altruismo” político de los grandes empresarios, de los dueños de los medios, de los banqueros, de los líderes sindicales charros, de la jerarquía eclesiástica, de los políticos y gobernantes priístas corruptos tiene un precio y espera su recompensa.

No debemos olvidar que cada vez que encendemos el televisor nos atamos a la ignorancia, a la estupidez, a la perdida de valores y hacemos posible que se perpetoe el orden social basado en el consumo, el lucro, en la exaltación de la violencia, la injusta distribución de la riqueza, la manipulación de las emociones, los sentimientos y de las ideas. Desde ahí se nos ordena qué desear, qué o a quién odiar, qué y cómo celebrar, y hasta nos inventan miedos para controlar nuestras mentes, comportamientos y sueños. La pantalla chica se ha convertido en el gran instrumento de dominación y domesticación de la población. Finalmente y sin ánimos masoquistas, cabe preguntarse si tal y como actualmente se encuentra nuestro país y con base en el proyecto de nación imperante, es posible esperar y soñar con un mejor futuro para nuestras próximas generaciones?, usted querido lector tiene la respuesta.

* Profesor de la Facultad de Psicología, UAP

1 Hertz, N., (2002). El poder en la sombra. Barcelona: ed. Planeta.

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