sábado, julio 21, 2007

A 35 AÑOS

Se cumplen hoy 35 años del asesinato de Joel Arriaga Navarroº1



Archivo de la familia Arriaga
Hoy se conmemora el asesinato del activista político Joel Arriaga

Martín Hernández Alcántara

Hoy se cumplen 35 años de que el luchador social Joel Arriaga Navarro cayó abatido por los proyectiles que le dispararon sicarios a las órdenes de la derecha poblana y del gobierno de Gonzálo Bautista O’Farrill. El crimen ha quedado impune, pero la memoria del director de la Escuela Preparatoria de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) sigue siendo honrada por sus deudos y sus compañeros de lucha.

La hija de Joel Arriaga, Argelia, hizo un breve comentario ayer por la noche a esta casa editorial, a propósito del aniversario luctuoso: “Han pasado más de 30 años en los que el poder ha querido hacer a un lado esta parte de la historia. El caso de mi padre se considera un archivo muerto, pero pervive en la conciencia de sus hijos, de su esposa, de la gente que lo conoció. Lo que nos hemos dado cuenta en todo este tiempo es que persiste la misma burla del sistema a quienes quieren cambiar el país”.

Desde las primeras horas ulteriores al asesinato se sospechó que la muerte de Joel Arriaga fue resultado de una conjura de los sectores más conservadores de la entidad y la administración que encabezaba un hombre de talante autoritario y con un dio exacerbado a la izquierda: Gonzalo Bautista, quien, sin embargo, murió en la tranquilidad de su hogar sin que la justicia se le aplicara.

Esa confabulación entre la reacción y Bautista O’Farrill, también cobró la vida de otros militantes distinguidos de los movimientos de vanguardia en Puebla, como Enrique Cabrera Barrosos y otros seis universitarios más.

Los hechos

Según una relatoría de hechos publicada en la revista Oposición, número 44, El 20 de julio de 1977, ya entrada la noche, Joel Arriaga decidió tomar un café con un grupo de amigos en un restaurante cercano al plantel que dirigía. Uno de sus acompañantes vio entrar y salir del local a tres sospechosos. Después se enteraría de que eran los homicidas.

A los pocos minutos, Joel y su compañera Judith salieron del restaurante con rumbo a su casa. Subieron a su auto, avanzaron unas cuantas cuadras y, al hacer una parada, otro automóvil les cerró el paso. De esa unidad dispararon 11 balas, uno de los cuales le atravesó al universitario “el cráneo de sien a sien” (sic); otra se alojó en la nuca y una más dio en el tórax “partiéndole la columna vertebral”.

El autor del documento de marras concluye: “No queda ya la menor duda, se trata de pistoleros profesionales, y eso lo confirma el peritaje balístico. La versión generalizada es que se trata de asesinos llevados ex profeso desde el Distrito Federal” (sic).

El texto también cita el testimonio de una joven universitaria que contó:

“Yo los vi. Salía de una reunión que se prolongó hasta después de las 11, y desde lejos pude presenciarlo todo. Una camioneta de la policía iba adelante del carro de los asesinos. Se dieron cuenta de todo. Una persona que estaba en el auto agredido –hoy sé que era de Judith– les pidió auxilio. La maldita camioneta prosiguió. Indiferente. A decir verdad yo corrí. Estaba aterrorizada y quería pedir ayuda”.

Austero

En 2004, al recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Puebla, el escritor Carlos Moniváis dedicó buena parte de su discurso de agradecimiento a Joel Arriaga Navarro.

El autor de Los rituales del caos, expresó en aquella ocasión:

“Evoco sin mayor precisión un cúmulo de visitas a la UAP entre 1972 y 1975. La primera vez me invitó Joel Arriaga, al que había conocido fugazmente en 1968. Arriaga fue a mi casa, me contó del proyecto de Universidad Pueblo y me animó a dar una conferencia sobre literatura mexicana, o eso quiere creer mi gremialismo. El ambiente de la UAP era ya muy distinto al de 1961, la época –por lo menos en su dimensión verbal– estaba a favor de la militancia y los jóvenes utilizaban sin cesar los adjetivos “crítica, democrática y popular”, aplicados a su casa de estudios. Con todo, su radicalismo no me pareció tan extremo como el que percibí en universidades sin un cerco tradicionalista tan acentuado, Guerrero y Sinaloa digamos, que no vivieron la exasperación ultramontana ni una tragedia como la de los excursionistas de San Miguel Canoa, los trabajadores de la UAP asesinados junto al campesino que los albergó, por el fanatismo de la comunidad y de su guía, el cura Enrique Meza Pérez, tan protegido por las autoridades eclesiásticas.

No sitúo con claridad la fecha, pero no invento las sensaciones atmosféricas. Un día Arriaga me pidió acudir a un acto de intelectuales en defensa de la UAP, acosada y a punto de ser víctima de un asalto. En retrospectiva, me sorprende mi confianza en que nada iba a pasar. Acudieron también otros amigos, entre ellos Carlos Pereyra, Rolando Cordera, Hugo Gutiérrez Vega, David Huerta, Jorge Medina Viedas. En las intervenciones, no muy breves, se subrayó la solidaridad, qué más se podía hacer. Los de la UAP parecían decididos, nada lúgubres, más convencidos del ejercicio de sus libertades que de su ideología. Luego, a la salida, las autoridades nos pidieron que saliéramos rápido. No fuera a ser. Eso ofendió mi coraje, pero satisfizo mi instinto de sobrevivencia.

“Según creí notar, Arriaga era austero, no muy dado a las expansiones, convencido de su causa. Era un militante de inspiración bolchevique, sin ser estalinista, lo que en rigor eliminaba la inspiración bolchevique. En breves visitas o en conversaciones telefónicas, me tuvo al tanto de la UAP, y del rector Sergio Flores, el primer rector comunista del sistema universitario, y de las amenazas de la derecha, muy afirmada en su diazordacismo pétreo y su alianza con el gobierno. Al enterarme del asesinato de Arriaga, supe en el acto quiénes habían sido, no sus nombres ni los motivos muy específicos, pero sí su ubicación social, su perfil ideológico, su odio a lo distinto. Como hoy se diría, era el país homogéneo y monopolítico que abominaba del país diverso.

“La muerte de Joel Arriaga, me deprimió considerablemente. Eran tiempos en que la lucha por la democracia pasaba por el enfrentamiento con el determinismo impulsado por las instituciones y las creencias íntimas”.

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