jueves, abril 19, 2007

TENDAJÓN MIXTO

Crisis de gobierno y fuerzas armadas

Jaime Ornelas Delgado

El Benemérito sigue dando lecciones.

Ahora que resurgen los mensajes de odio del fanatismo cristero –incluso en los trajes pretendidamente folklóricos–, y la derecha pretende que los gobiernos civiles actoen bajo los criterios de la moralidad religiosa, conviene recordar un pasaje de la vida de Benito Juárez.

El 23 de noviembre de 1855, siendo ministro de Justicia e Instrucción Pública del gobierno de Juan N. Álvarez, Benito Juárez elabora y expide la Ley de Administración de Justicia (que abolía los fueros militares y los religiosos en el ramo civil). Esto irritó, por supuesto, a la cúpula eclesiástica que consideraba a los gobernantes que aceptaran esa ley como “herejes y excomulgados”. Más tarde, Juárez es designado gobernador de Oaxaca y era costumbre que al tomar posesión el gobernador asistiera a un Te Deum que se cantaba en la Catedral. El día en que Juárez debía tomar posesión, “los canónigos de Oaxaca” decidieron no recibirlo y mantener cerradas las puertas de la catedral pretendiendo que Juárez usara la fuerza y que su gobierno empezara con un hecho de violencia. Al evocar Juárez este pasaje en sus Apuntes para mis hijos, dice: “Resolví omitir la asistencia al Te Deum, no por temor a los canónigos, sino por la convicción de que los gobernantes de la sociedad civil no deben asistir como tales a ninguna ceremonia eclesiástica [...] Los gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger imparcialmente la libertad que los gobernados tienen de seguir y practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueran sectarios de alguna. Este suceso fue para mí –concluye en Benemérito– muy plausible para reformar la costumbre que había de que los gobernantes asistiesen hasta a las procesiones y aun a las profesiones de monjas perdiendo el tiempo que debían emplear en trabajos útiles a la sociedad”.

A quien corresponda

Por cierto, en las últimas líneas de Apuntes para mis hijos, premonitorio, Juárez escribe: “Tengo la persuasión de que la respetabilidad del gobernante le viene de la ley y de un recto proceder y no de trajes ni de aparatos militares propios sólo para los reyes de teatro”. Y conste, Juárez no conocía a Felipe Calderón.

El premio a los servicios prestados

Todavía recuerdo cuando el tesorero de la UAP dijo, arrogante, que los universitarios tenemos prestaciones por encima de la ley. Qué opinará este burócrata de medio pelo al enterarse de lo siguiente: “El Instituto Federal Electoral (IFE) tiene un consejo formado por nueve funcionarios que desde 2004 al cierre de 2006 ha costado 86 millones 555 mil pesos al erario, únicamente por concepto de salarios, primas, seguros, y aportaciones a la seguridad social. En 2005 los consejeros del IFE –esos que proclamaron ganador de las elecciones a Felipe Calderón–, percibieron un salario mensual neto de 156 mil pesos. Por concepto de aguinaldo, cada uno percibió 56 mil pesos, pero cuentan además con una “gratificación de fin de año” de poco más de 239 mil pesos. Aparte se contabilizan las prestaciones como la dote matrimonial, viáticos, automóvil, pago de gasolina, teléfonos celulares, estímulos.” Pero 2006 fue un año excepcional –pero como no–, pues además de todo lo anterior se otorgó a los mandos medios y superiores un “bono electoral” consistente en obsequiarles 75 días de sueldo neto, es decir, 390 mil pesillos extras para cada consejero. Con todo esto resultó ingenuo pensar que estos funcionarios actuaran con la certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad a que los obliga la Constitución.

Frustrada encuesta

Desde este “Tendajón Mixto”, el jueves pasado invité a los lectores de esta columna a enviarme por correo electrónico su opinión sobre las características políticas de los candidatos que podrían ser apoyados por los ciudadanos. Hasta el martes pasado a las 23 horas, no había recibido ningún correo, literalmente ninguno. Entonces empecé a tratar de entender qué había pasado y reconocí tres posibilidades de tan desalentador hecho: una, la mentirosa: a los miles de lectores de esta columna no les interesa influir sobre el perfil de los candidatos; dos, la piadosa: los incontables lectores de este “Tendajón” no tienen acceso a internet, y tres, la más probable: esta columna nada más la lee el que la escribe.

Pero algo bueno resultó de este golpe devastador a la autoestima –todo lo que sucede conviene–; no tuve que darle las gracias a nadie, porque nadie me hizo caso. Ni modo.

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