lunes, junio 11, 2007

Bucareli por: Jacobo Zabludovsky


La Carta Magna

Pido permiso, señores, para disfrutar una exageración: nunca tantos debieron tanto a tan pocos.

Era el momento glorioso de la Gran Bretaña, cuando sola se enfrentó a una fuerza militar implacable que había llevado la guerra a todos los continentes. Un hombre de bombín, puro y paraguas sobre las ruinas humeantes prometió que lucharían calle por calle, casa por casa, azotea por azotea. Jamás nos rendiremos. Y un puñado de pilotos libraba arriba el combate de vida o muerte. Los aviones nazis habían provocado el terror y la destrucción de Londres: las llamas devoraban desde la catedral de San Pablo hasta el más miserable pub de ese Támesis tan corto de geografía, tan largo de historia. Las campanadas del Big Ben rebotaban en las sombras, mantenían la esperanza de un pueblo. Fue cuando Winston Churchill habló por sus compatriotas: nunca tantos debieron tanto a tan pocos.

Admito la desmesura de la comparación porque en nada coinciden las circunstancias del lugar y la época, la Gran Bretaña de los 40 y el México de hoy. Pero la frase es aplicable a lo que muchos mexicanos sentimos por los nueve ministros de la Suprema Corte de Justicia que hace tres días concluyeron su trabajo de analizar los artículos inconstitucionales de la ley Televisa.

Entrados en gastos y en textos jurídicos, fue en la Inglaterra de 1215 donde un grupo de señores limitó el poder del monarca absoluto. La Carta Magna hizo un servicio a la democracia cuando las partes firmaron: Tú, rey, vales más que cualquiera de nosotros, pero nosotros juntos valemos tanto como tú.

Hace casi ocho siglos. Lo discutido entonces era desproporcionadamente mayor que lo examinado ahora por los ministros de la Corte. Pero en la pureza de los principios jurídicos es exactamente lo mismo: poner límites a los poderes, ya sean los emanados de la estructura legal de un Estado o de aquellos producidos por el sistema económico y las tradiciones de una sociedad. En la filosofía del derecho, la firma de la Carta Magna para acotar las posibilidades de “Juan sin tierra” tiene el valor del acuerdo anunciado el jueves por nueve mexicanos. Al poner orden en una legislación excedida para beneficiar a un grupo, fortalecieron las estructuras democráticas del país y generaron hacia ellos la confianza del mexicano frustrado ante los desatinos de los otros instrumentos políticos de la Federación.

Dos damas y siete caballeros discutieron por primera vez en televisión directa y lograron que los videntes entendieran la importancia del asunto, el sentido profundo de la división de poderes establecida por la Constitución. Y si ya tengo permiso, señores, déjenme pasar de lo serio a lo circunstancial. Las nueve togas parecían hechas a la medida para ellas y ellos por Gives & Hawks, en 1 Saville Row, London, of course. Sus debates fueron una lección de Derecho Constitucional y un espectáculo grato por auténtico, distante de los recursos de utilería y telenovela. Si querían un reality show, éste lo fue, dicho sea con indudable respeto.

Respeto especial para don Guillermo Ortiz Mayagoitia, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y de la Judicatura Federal. Su equilibrio, sentido del humor, tolerancia y discreción al dirigir las sesiones, fueron elemento clave para su feliz resultado. El jueves, al fin del debate, dijo: “La Suprema Corte de Justicia de la Nación no hace política, incide en la política, pero de manera absolutamente apartidista e imparcial. No somos un árbitro de la práctica parlamentaria, sino un tribunal constitucional que debe velar por el estado de derecho bajo los principios que rigen a todos los poderes públicos, incluyendo al propio Poder Judicial de la Federación.

La conveniencia de expedir o modificar leyes corresponde única y exclusivamente a la representación democrática, depositada en el Poder Legislativo. El control de la constitucionalidad de las normas es función del Poder Judicial, es nuestra función. El respeto a la división de poderes es un principio que la Suprema Corte de Justicia de la Nación defiende y observa”.

Lo expresamos en otro Bucareli: un buen trabajo es el que se mantiene en el más alto nivel hasta su conclusión. Lo lograron.

A partir de hoy, lunes, el caso vuelve al Poder Legislativo. Los cuatro ex senadores tenaces que impugnaron la ley habrán de vigilar que no se cometa otro llamémosle error. Hay una corriente de opinión para que se parta de cero y una nueva ley de radio y televisión se haga desde el principio, en lugar de ponerle parches a la vigente. Hace dos o tres Bucareli propuse una tercera vía por la que transiten las ideas para regir el uso de un bien nacional. Una tercera vía tan distante de los estados totalitarios como del dejar hacer y dejar pasar en el uso de una concesión sin restricciones. Cuidado. No es hora de echar las campanas a vuelo, sino de vigilar el proceso. Todos debemos involucrarnos. Sesenta de los diputados que aprobaron la ley ahora son senadores. Y muchos de los senadores de entonces son ahora diputados. Los optimistas pueden creer que la experiencia los hará mejores. La memoria fresca nos obliga a ser pesimistas y a pensar con lógica que van a obedecer a sus mismos intereses o doblegarse ante mayores presiones. En voz de Hamlet dijo Shakespeare, ¡otro inglés, caramba!: “Algo hay podrido en Dinamarca”.

Es la hora de la prudencia y de la vigilia; centinelas, alerta, debe hacerse la ley que México merece y quiere. Aunque se tomen para ello algunos minutos más de siete. Aunque no sea votación unánime. Aunque tengan que leerla antes de votar.

Me olvidaba de algo: el ministro Sergio Salvador Aguirre Anguiano, al empezar el análisis de la acción de inconstitucionalidad nos advirtió: sabrán de lo que estamos hechos. Espero que él nos lo explique, porque todavía no lo sé. Sólo deseo que diputados y senadores de esta Legislatura estén hechos de lo mismo.

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