De las discusiones de café, en tiempos de la revolución pacífica
René Sánchez Galindo
16 de abril de 2007
A toda la gente preocupada por nuestro país, aquella que está en movimiento, aquella que se cuestiona a sí misma, que debate con sus familiares, que trata de informarse, que quiere un mejor México, que no acepta los abusos y lucha contra ellos, o por lo menos no se calla cuando a la hora de la comida alguien pretende hacer como sino existieran, o como sino dolieran, o como si pudieran minimizarse; a toda esa gente compañera quiero proponerles que distingamos los debates, las discusiones, los diálogos, las luchas y/o las pláticas.
El criterio que les propongo para distinguir se refiere a la contra parte en la discusión:
a) una cosa es debatir entre quienes luchamos contra los abusos, y
b) otra es luchar contra quien comete abusos
Cuando discutimos en el caso a) el debate es, o debería de ser, sobre la estrategia, sobre las formas, porque en este caso ambas partes buscamos lo mismo. Claro que este tipo de discusiones no son menores; la forma, el modo, la manera o la estrategia son fundamentales para llegar al fondo o al objetivo.
Tal vez en este tipo de discusiones sea imposible que la gente se ponga de acuerdo; sin embargo lo que les propongo es que no olvidemos que buscamos lo mismo y por lo tanto el veredicto que, con o sin derecho, emita cada parte en la discusión no se refiera al fondo; se puede destrozar la forma pero no el fondo, refiriéndose, claro está, a este tipo de lucha o debate.
Si luchamos o discutimos en el caso b) lo que les propongo es que tampoco podemos tirarnos a matar, a condenar, a una cacería de brujas ni a exterminar a la contraparte. Esto lo digo porque es probable que algunos de quienes hoy decimos que luchamos contra el abuso, tal vez algún día abusamos consciente o inconscientemente. Es más, tal vez seguimos haciéndolo y no nos damos cuenta.
Eso no quiere decir que la argumentación deba ser menos fuerte o menos intensa, en este caso se trata de discusiones muy fuertes. Pongo un ejemplo: tal vez se deba considerar al opresor porque algún día lo fuimos o lo somos sin saberlo, pero lo que de ninguna manera se puede tolerar ni permitir es que siga oprimiendo; en otras palabras, si alguien está violando a otra persona lo primero que debe hacerse, que debe exigírsele, con todo y la cárcel, es que deje de violar, que deje de cometer la violación y seguramente, en este extremo deberá pagar con la cárcel. Y entonces sí considerarle.
Estas propuestas para debatir, discutir, dialogar, luchar y/o platicar debe aplicarse conforme a las circunstancias de cada caso y de cada tema y tal vez hasta momento. En un caso concreto y tratándose de un debate entre quienes nos oponemos al abuso, deberíamos de partir de puntos comunes para posteriormente discutir las divergencias.
Así, creo que todes podríamos estar de acuerdo en que el cambio del PRI al PAN en el 2000 trajo una serie de ilusiones en la población que obligaban al entonces gobierno entrante a llevar a cabo, o por lo menos a sentar las bases para un cambio verdadero.
A diferencia del 2000 este régimen en el poder (con derecho según dicen algunos y sin derecho según argumentamos otros), se enfrenta a un reto distinto: regresar al largo proceso de transición que México vivió por lo menos los últimos 15 años del siglo XX (aún con la participación del PAN), o decretar que ese proceso concluyó y gobernar como si tal.
Así, quienes nos preocupamos y levantamos la voz por la muy cercana posibilidad (sino es que un hecho ya) de que este régimen de derecha como el que vivimos, se convierta en autoritario, fascista, represor, ratero y asesino.
El riesgo de que este régimen se convierta, o ya sea, autoritario radica en las características de este tipo de regímenes:
i. llegan al poder con dudosas elecciones, con falta de certeza y por lo tanto fraudulentas;
ii. se apoyan en el ejército, y encarcelan a líderes sociales como si fueran delincuentes de la mafia;
iii. afirman que los miembros del ejercito no violaron a mujeres en ninguno de los casos conocidos, sin sustentar su dicho con pruebas que desvirtúen las conocidas por todes, alegando razones de estado;
iv. coquetean con caciques, rateros, asesinos y pederastas;
v. proponen reformas como que ya no se necesite orden judicial para catear, espiar llamadas o arraigar a una persona;
vi. reforman las pensiones para que la banca privada las administre cuando las propias cifras oficiales reconocen que la banca se queda con más de la mitad de las escasa ganancias que declaran;
vii. no promueven ninguna acción legal contra la corrupción de miles de millones de pesos documentada por los propios órganos de gobierno, etc.
Ante estos riesgos (o lamentables hechos, para quienes quieran verlos) considero que los debates o discusiones entre quienes nos oponemos al abuso, sean consecuentes entre quienes debatimos; por qué, porque simplemente, estamos del mismo lado: nos oponemos al abuso.
Si cometemos algún error, como dañar a terceros por cerrar una calle, o por no cerrarla, o cualquier cosa similar, pues señalémoslo sí, pero sigamos juntos para impedir que si llegan al poder (o siguen en él) cometan los mismos abusos.
Documentemos bien lo que hace este régimen, para impedir abusos; pero también para que cuando llegue otro podamos impedir futuros abusos; es más, no sólo para el futuro, sino para el presente: si documentamos bien lo que hace este régimen, tal vez podamos impedir que las cúpulas burocráticas opositoras se vendan a la corrupción como tantas veces lo han hecho.
Y sobre el debate con quienes abusan, pues primero hay que impedir que sigan abusando.
René Sánchez Galindo.