El enano gasta mas en publicidad que ningun otro
Transparentar la propaganda EDITORIAL DE EL UNIVERSAL 24 de mayo de 2007 |
Las revelaciones de que, para su primer año de gobierno, el presidente Felipe Calderón ha presupuestado casi 4 mil millones de pesos en promoción y de que el gobierno del ex presidente Vicente Fox trató de ocultar su gasto respectivo en plena campaña electoral mueven a la reflexión sobre los criterios usados para ese fin y a la necesidad de normarlo, subrayando el concepto de rendición de cuentas y transparencia, y alejándolo del de propaganda embozada y/o culto a la personalidad.
En sus primeros seis meses el presidente Calderón duplicó la inversión en comunicación social y publicidad registrada durante el mismo periodo del sexenio anterior. Esto no quiere decir que Fox gastara poco, sino que su estrategia fue distinta: concentró casi 30% del presupuesto público para este rubro en el cierre de su periodo de gobierno.
De agosto de 2005 a mayo de 2006, en plena campaña electoral, sólo para gastos de producción -no tiempos de emisión- Fox declaró erogaciones por 23 millones de pesos, cuando en realidad fueron 40. El fallido intento de engaño quedó exhibido a través de un recurso legal del Instituto Federal de Acceso a la Información.
Desde luego, el gobierno tiene la obligación de informar a la ciudadanía de lo que hace y de lo que se propone hacer. Ese es uno de los deberes de la transparencia en un régimen democrático.
Las inversiones en campañas informativas de todo tipo, desde las de alfabetización pasando por las de protección civil y hasta las de vacunación, resultan indispensables.
Lo que tendría que ponderarse es cuáles son los conceptos que rigen la tarea de difusión gubernamental, plagada de rubros autorreferenciales como los trabajos de bacheo de caminos, la compra de patrullas de policía, la construcción de banquetas o muchas otras tareas consustanciales a la cotidianidad de la administración pública que no ameritarían ser publicitadas. ¡No les pagamos para que nos presuman! Si están haciendo lo que tienen que hacer ¿para qué publicitarlo?
Peor aún resulta la inversión en propaganda que tiene como propósito la "imagen del funcionario", eufemismo para disimular lo que con crudeza ha de llamarse culto a la personalidad.
Esto no es un vicio reducido a la figura presidencial, sino desparramado en todos los niveles de la jerarquía oficial, hasta en las posiciones más modestas. La construcción y cuidado de la imagen de los funcionarios que no sea producto de su buen desempeño público no debe gravitar sobre el erario.
Una cosa es informar, rendir cuentas usando los modos más eficaces para calar en la opinión pública, y otra encaramarse en ese tren para hacer campañas políticas embozadas y mover el incensario como péndulo para divinizar figuras harto humanas.
Hay una confusión interesada entre deber de informar, mercadotecnia política, publicidad partidista y propaganda personal que debe ser cuidadosamente deslindada. La comunicación es parte de la política moderna, decíamos, pero muchos funcionarios para los cuales no estar en pantalla es no existir olvidan que el que vive por los medios también muere por los medios.