miércoles, abril 11, 2007

Columnistas

El sonido y la furia
Gerardo Oviedo

gerovio@hotmail.com



CHALE


a Emilio, David Jr. Zeila y David
"Donde hay satisfacción no hay revolución"
Confucio


La medicoracia plutocrática ha mermado las arcas federales al no pagar sus impuestos. Cuando estos grandes monopolios televisivos (Televisa y TV azteca) burlan y se burlan del fisco, entramos a la era de los gángster. Al Capone fue un mafioso, asesino y evasor de impuestos durante la impía ley seca en los Estados Unidos de Norteamérica que se solazaba de sus crímenes. Hoy vivimos situaciones similares cuando sale a la luz pública que estos grandes empresarios, dueños de inmensas fortunas, evaden al fisco con cantidades que sobrepasan los 100 mil millones de pesos. Recursos que bien podrían utilizarse para atenuar diversos problemas en las regiones más pobres del país, pero Azcárraga Capone y Luciano Salinas empobrecen más al país con sus monopolios desinformativos asesinando la capacidad crítica de las neuronas con PAN y circo. Y como dicta el refrán del compadrazgo: favor con favor se paga, Fecal seguirá gobernando para unos cuantos, dejando en la miseria a la mayoría de los mexicanos que si pagan sus impuestos. Así es este país de la transa y la corrupción. Y para colmo, quieren privatizar el sector energético porque el dinero que se roban no les alcanza. Chale.

ELENA (PARTE 25)
Elena parecía estar nerviosa pues no dejaba de tronarse los dedos de las manos mientras permanecía sentada en el recibidor. Llevaba lista su pequeña grabadora en la bolsa junto con el celular y un par de cosméticos que pensaba podían corregir la línea de sus ojos. Castañeda había cumplido su palabra y ahora ella estaba, como se murmuraba en los pasillos de la cámara de senadores, en la antesala del infierno. Una cosa era el señor Hernández en las ruedas de prensa, en las conferencias e incluso en la calle dónde daba entrevistas banqueteras al otro señor Hernández en su territorio. Ahí, se murmuraba, desaparecía el hablantín melodioso y afable, el hombre ingenios que para todo tenía una respuesta contundente y que, si se le preguntaba incluso sobre un tema que en teoría debía desconocer como la vida sexual de los gasterópodos de la costa atlántica de Yucatán, podría dar una cátedra con datos tan verosímiles que podía dejar a cualquiera con la boca abierta. Ese era el arte de su política, la retórica exaltada y autosuficiente, donde encontraba la raíz de las cosas a partir del verbo hecho rollo.
La secretaria ya había pasado tres veces por enfrente de Elena y se había levantado de su escritorio otras tantas. Y eso que había llegado puntual a la cita, Elena había aprendido a fuerza de salas de espera que los hombres de poder siempre elige la tardanza como confirmación de su autoridad.
­—En un momentito más le atiende el señor Hernández —le dijo la secretaria con una sonrisa indiferente cuando ya habían trascurrido otros treinta minutos después de la última vez.
Elena volvió a alisarse la falda. Miró a la secretaria y sintió por un momento que se le subía el rubor a las mejillas, no comprendió si de coraje o de vergüenza. Todavía no sabía distinguir muy bien esas emociones que al parecer eran contradictorias, pero que al final, aparecían como pequeñas manchas rojas en su rostro.
—No hay problema. Espero —contestó desviando la mirada hacia sus zapatillas. Las mismas zapatillas que llevaba cuando se había encontrado con Carlos después de pedirle una cita por teléfono al bajarse del auto de Castañeda.
—¿Es urgente? —le había preguntado Carlos a esa hora de la noche.
—Si quieres voy a tu casa —respondió Elena con toda la seguridad de quien tiene el estómago lleno después de haber comido en un vips. Al fin y al cabo: un bistec era un bistec, aquí y en china.
—Está bien —accedió Carlos después de una pausa donde parecía haber aprovechado para pensar su respuesta—. ¿Sabes dónde vivo?
—No.
—Ok. Plateros 32 departamento 17. San José Insurgentes.
Elena colgó y en ese mismo instante sintió una punzada en el vientre. ¿Será una epidemia? Pensó, ¿me habrá contagiado el licenciado Castañeda por comerme su ensalada de frutas? Pero a ciencia cierta no lo creía ya que a Castañeda sólo le había dado la mano al bajarse de su BMW una vez que la dejó enfrente de su edificio y él no había tocado la ensalada en el Vips. Intuyó que tal vez esas mariposas eran vestigios de un deseo no satisfecho. Paró un taxi y pasada la media noche tocaba el timbre de Carlos Orozco.
—Ya puede pasar, señorita —interrumpió la secretaria del señor Hernández a Elena sacándola de su marasmo fugaz.
Elena se levantó y con las mismas zapatillas siguió a la secretaria hasta la boca del lobo donde el señor Hernández fumaba su pipa echando lumbre por la boca.
—¿Qué bicho le picó a Nora? —le preguntó Elena aún antes de que Carlos tuviera tiempo de darle la bienvenida a su departamento.
—¿Qué le sucede? ¿Le pasó algo? —le preguntó medio atontado en el recibidor.
—Sí —contestó Elena—. La atropelló una estupidez.
Carlos cerró la puerta de golpe.
—¿Está bien? ¿En qué hospital está? ¿Qué pasó? ¿Está mal herida?—preguntó exaltado.
Elena no sabía por qué estaba haciendo de una cosa al parecer tan nimia todo un melodrama. Tal vez esperaba que Carlos la abrazara y así poder explicarle que había reñido con su gorda amiga unas horas antes en la explanada del partidazo.
—No. No le ha pasado nada. Sólo que peleamos hace rato. Y me siento mal. Muy mal.
Carlos exhaló como si se le hubiera quitado un peso de encima.
—Me asustaste... yo creí que le había pasado algo grave. ¿Cómo se te ocurre? ¿Eh?
Al escuchar esto, Elena se sintió de pronto estúpida. Parada ahí, en medio de una salita que tenía un espejo y algunos pósters en blanco y negro de Thalía, Britney Spears, de Cher y uno pequeño de Ricky Martín junto con Mariah Carey en la entrega de los grammys latinos. ¿Cuál había sido el verdadero objeto de su visita? ¿En verdad se sentía tan mal después de haber comido opíparamente en el vips con Castañeda? ¿Su pelea con Nora era un asunto que no podía esperar hasta mañana? Y sobre todo, ¿por qué no hablaba directamente con la implicada, es decir, con Nora Kauffman y dejaba fuera a los intermediarios? Se miró al espejo, parecía un palo con falda. Retiró la mirada en el acto.
—Discúlpame. Lo siento. No debí molestarte.
Elena dio unos pasos hacia la puerta para huir lo más pronto posible de ahí.
—Espera un momento —ordenó Carlos tomándola del brazo—. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien tú? ¿Te atropelló alguien? ¿De casualidad una estupidez?
Elena se detuvo al sentir el contacto de Carlos con su antebrazo desnudo. Bajo la mirada hacia el suelo. Sus zapatillas hacían contraste con el mosaico verdoso.
—¿Crees que soy una tonta, verdad? —dijo con voz tenue.
Carlos la miró como la había mirado el primer día que la conoció en la cámara de senadores. Como a un bicho raro haciendo preguntas extrañas y difíciles. Parecía tan frágil.
—Vamos —la jaló hacia sí y la rodeó con sus brazos—. Eres una tonta.
Elena quiso replicar:
“¿Te parece? Pero de su boca no salió ni media palabra. Sólo se dejó abrazar. Recostó la cabeza en el pecho de Carlos y durante todo esos segundos, Elena fue inmensamente feliz, cualquier cosa que esto significara para ella.
A la mañana siguiente Elena despertó aún vestida y alborotada. Carlos le había cedido su habitación mientras que él había dormido en el sofá de la sala. Se habían quedado platicando hasta muy tarde, cuando los bostezos se empezaron a entremezclar en la conversación y les brotaron las primeras lagañas de la madrugada. Elena le había contado que Nora la dejó groseramente papando moscas en medio de la explanada del partido. Carlos no le dio mucha importancia a ese hecho, sino que se dedicó a indagar de dónde había sacado la noticia que detonó en el Imparcial esa misma semana. Elena lo miró y quedó callada cuando él se lo preguntó directamente. Carlos comprendió que ese no era el camino para que ella le platicara y tal vez entendiera los secretos que guardaba y esa inteligencia que no se notaba para nada, así que sin decir agua va, Carlos la besó mientras hacían una pausa para refrescar sus pensamientos. Elena se sorprendió pero correspondió de primera instancia al traqueteo amoroso, pero conforme se dieron los siguientes besos un pequeño sentimiento de culpa comenzó a invadir su pensamiento. Elena sintió que algo faltaba en ésta ocasión, tal vez fuera un poco alcohol para alcanzar la desinhibición de la vez pasada en el bar el Guateque. No se sentía cómoda besando a Carlos en su sofá, sobria y con las luces prendidas.
—Ya tengo sueño —susurró de pronto mientras Carlos le acariciaba las rodillas y le besaba atrás de la oreja.
—¿Dirás que tienes ganas de co...? —cortó la frase y regresó a besarla en los labios mientras subía la mano a su pecho para acariciarla por encima de la ropa. De pronto Carlos preguntó al intentar meter la mano por debajo del corpiño de ella:
—¿Dónde están tus...?
Elena dejó de besarlo en ese momento. Creyó no haber escuchado bien. ¿Dónde están qué? Se refiere a mis pechos. ¿Son tan chicos que el tarado no alcanza a distinguirlos? Carlos, al percibir que había cometido una estupidez amorosa a la hora de los besos y caricias, sólo dijo a manera de disculpa:
—¡Oh, tú no te fijes!
Pero el daño ya estaba hecho. Elena le retiró la mano aunque él quiso seguir besándola.
—En verdad tengo sueño. Y mañana tengo que trabajar.
Carlos se apartó. La miró por un momento intentando comprender la complejidad de las redes neuronales de Elena. Ella seguía ahí, parecía tan frágil y en verdad tan tonta.
—¡Yo no te pedí que vinieras! —le espetó Carlos con voz grave—. ¿Recuerdas?
Elena quedó por un momento pasmada. Se acomodó la ropa. Quería que la tierra se la tragara, no sabía si de vergüenza o de odio, odio a sí misma y al estúpido de Carlos o vergüenza por ella ante él. Pero sin quererlo la vista se le empezó a empañar. La nariz se le puso roja al tiempo que empezó a subir los mocos. Carlos la miró con el ceño fruncido. No entendía a esa mujer. ¿Quería o no quería? ¿Qué le pasa? Un momento sí y al otro no.
—¡Estás loca, me cai!
Elena dejó de sollozar por un momento, quiso levantarse pero el peso de la situación la derrumbó sobre sí misma:
—¿Me perdonas?
Segurísimo de que todas las batallas se ganan o se pierden cuando caen como balas, las primeras lágrimas, Carlos replicó:
—Te perdono pero con una sola condición.
Elena no retiró la mirada de donde la tenía, pero dispuesta al sacrificio contestó con voz trémula:
—Lo que tú quieras.
Pero todo en la vida tiene una explicación, o por lo menos eso era lo que Elena creyó cuando despertó al día siguiente vestida y con los pelos alborotados. Y algo más contundente, pensó cuando se echaba agua en la cara para quitarse las lagañas: por algo pasan las cosas. Y aunque parecía que toda la vida había esperado ese momento para no echarlo a perder con un pudor que la rebasaba de pies a cabeza, después de la bochornosa tormenta, ella se sentía más relajada y cómoda. Salió de la recámara y se encontró con Carlos, quien dormía a pierna suelta produciendo pequeños y entrecortados ronquidos. Se acercó y se sentó a un lado de él para contemplarlo. Le parecía bello, demasiado bello para ella. Le acarició la mejilla para luego quitarle unos cabellos de la frente. Así pasó un rato, ensimismada, afilándole el contorno de la barba con el dedo índice, hasta que sin entenderlo, Elena se inclinó sobre el rostro dormido de Carlos y lo besó en los labios. Luego se levantó y salió del departamento. Eran cuarto para las ocho de la mañana y hacía frío en la ciudad. Elena caminó tres calles hasta que dobló en una esquina. Ahí fue cuando se enteró que, de repente, ella era una persona famosa, o eso era lo que creería cualquier persona que viera su rostro en primera plana: Una fotografía de Elena en la cámara de senadores aparecía junto al reportaje que escribiera para el Imparcial: Complot, por Elena García Fuentes, reportera. No iba a esperar hasta la noche para que el señor Bretón le diera un ejemplar, así que sin pensarlo, Elena compró tres periódicos para tener un recuerdo y, si llegara el caso, comprobar en el futuro que ella no había pasado desapercibida en la historia. Pagó 21 pesos y diez minutos después ya estaba abordando un camión que la conduciría a su azotea en la colonia Roma.

(Continuará)

www.radioamlo.org El próximo sábado 14 de abril a las 4 p. m., lectura de textos literarios en el centro comercial “La victoria”. No faltes. Te espero.

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